Isabella y Alejandro se quedaron allí, bajo la tenue luz del atardecer, con el peso de la verdad golpeando en el aire entre ellos. Aunque en sus corazones ardía el deseo de encontrar una solución, sabían que este era solo el comienzo de una guerra mucho más grande, una que no solo pondría a prueba sus fuerzas, sino la lealtad de todos los que los rodeaban. La corte, ese lugar que una vez había sido su refugio, ahora se había convertido en un nido de serpientes venenosas, y el amor que compartían parecía cada vez más frágil, como una llama que podía apagarse con el más mínimo soplo.
-No podemos quedarnos de brazos cruzados, Isabella -dijo Alejandro con voz firme, su mirada fija en el horizonte, como si ya estuviera visualizando el camino que debían seguir. El dolor en sus ojos era palpable, pero estaba decidido. Sabía que su amor por ella y por el reino le obligaba a actuar, a tomar decisiones que jamás hubiera imaginado. En ese momento, todo lo que conocían estaba en juego.
Isabella a