Cuando llegó la hora del almuerzo, escucharon un leve sonido de llamado, que causó sacarlos solo un poco del estupor que los embargaba a todos mientras escuchaban todo lo que estaba diciendo Camila Villalba. La puerta del salón se abrió apenas un poco. Leticia, con los ojos enrojecidos y el rostro endurecido por todo lo escuchado, asomó la cabeza apenas lo necesario para mirar a la empleada que esperaba su respuesta mientras le anunciaba que el almuerzo estaba listo para servirse.
—Trae por favor café y agua —ordenó con voz firme—. Nada más por ahora. El almuerzo tendrá que esperar. Yo misma avisaré cuando deban servirlo.
—Sí, señorita —dijo la mujer con un leve asentimiento, haciendo un leve gesto de retirada, pero antes de irse, Leticia la detuvo.
—Una cosa más… —su tono se volvió aún más serio— Dile a los de seguridad que nadie entra a esta casa sin que me lo informen primero. Nadie. Y hasta que yo no lo autorice, nadie cruza esa reja. ¿Está claro?
La empleada asintió rápidamente y