El celular vibró de nuevo. Elena lo tomó y al ver el nombre en la pantalla, sus labios se entreabrieron por la sorpresa de su insistencia y decidió responder.
—¡Hola Iván! —exclamó con una mezcla de sorpresa y precaución.
—Hola, preciosa —respondió él con su voz cálida y seductora—. Me enteré que te mudaste porque estuve en tu edificio, quería verte e invitarte a almorzar. ¿cómo sigues?
—Estoy mucho mejor, gracias por preguntar —respondió ella con una sonrisa suave, aunque un ligero nerviosismo la invadió.
—Me alegra escucharte decir eso —su tono se volvió más íntimo—. Quisiera verte Elena. ¿Qué te parece si en lugar de almorzar mejor cenamos juntos esta noche? Prometo que será algo relajado, no te asustes.
Elena titubeó por un instante, buscando las palabras adecuadas para rechazar la invitación sin sonar grosera y sin herir sus sentimientos.
—Iván, me encantaría aceptar tu invitación, pero... quiero pasar el mayor tiempo posible con mi hermana. El lunes debo regresar a la casa Villa