Narra: Elena
Seguimos caminando, sin rumbo, sin apuros. La feria empezaba a apagarse lentamente; algunos puestos cerraban, las luces titilaban menos intensas, y la música ahora era un murmullo lejano.
Nos detuvimos cerca de una baranda de madera que daba a un pequeño lago artificial. El reflejo de las luces sobre el agua creaba un ambiente casi mágico. Me recargué en la baranda, abrazando el pequeño peluche contra mi pecho. Luis se puso a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo en el aire fresco de la noche.
—¿Sabes? —dijo de repente, su voz baja, casi un susurro—. Cuando era niño, soñaba con vivir momentos como este.
Lo miré de reojo, sorprendida por