Narra: ElenaSeguimos caminando, sin rumbo, sin apuros. La feria empezaba a apagarse lentamente; algunos puestos cerraban, las luces titilaban menos intensas, y la música ahora era un murmullo lejano.Nos detuvimos cerca de una baranda de madera que daba a un pequeño lago artificial. El reflejo de las luces sobre el agua creaba un ambiente casi mágico. Me recargué en la baranda, abrazando el pequeño peluche contra mi pecho. Luis se puso a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo en el aire fresco de la noche.—¿Sabes? —dijo de repente, su voz baja, casi un susurro—. Cuando era niño, soñaba con vivir momentos como este.Lo miré de reojo, sorprendida por
Narra: ElenaEl amanecer trajo consigo un aire pesado, como si el mundo supiera antes que yo que algo malo estaba por pasar. Me estiré en la cama, dejando que los primeros rayos de sol se colaran por la ventana, calentándome apenas la piel. Me sentía ligera después de la noche anterior, como si algo dentro de mí, por primera vez en mucho tiempo, hubiese encontrado un lugar donde descansar.Entonces, el teléfono sonó.El tono agudo perforó la calma de la habitación, obligándome a reaccionar de un salto. Mi corazón latía desbocado mientras miraba la pantalla: el número del hospital. La garganta se me cerró de inmediato.Respondí con manos temblorosas.
Narra: ElenaMe sentía sofocada, como si llevara horas atrapada en una habitación sin aire. Había tratado de disimular, de no preocuparlo, de sonreír y fingir que todo estaba bien, pero ya no podía más. El nudo en mi garganta era insoportable.Me giré hacia Luis, aún recostada en su hombro. Podía sentir el calor de su cuerpo, su respiración lenta, su paciencia infinita. No tenía a quién más acudir.—¿Podrías acompañarme al hospital? —le pedí en un susurro apenas audible.Él no respondió enseguida. Solo levantó su brazo y me envolvió aún más contra él, como si ese gesto pudiera protegerme de todo. Luego, su voz llegó firme, segura:
—Madre, ¿cómo te sientes? —le pregunté mientras sostenía su frágil mano en la fría habitación del hospital. Esa noche, mi mundo se desplomó por completo. La encontré tirada en el suelo al regresar del trabajo; su cuerpo inmóvil y su rostro lleno de angustia.—Sí, estoy bien. Estaré bien —respondió con voz suave, intentando calmar mi evidente preocupación, aunque ambas sabíamos que esa esperanza era frágil. —El doctor vendrá a decirnos que podremos irnos.Como si sus palabras hubieran invocado al destino, el doctor apareció en la sala. Su expresión apagada era una advertencia silenciosa; no traía buenas noticias. Pero me aferré a una débil esperanza.—¿Todo bien? ¿Podremos irnos? —pregunté con ansiedad. Él me observó y, esforzándose por mostrar empatía, trató de esbozar una sonrisa reconfortante.—Quisiera darles buenas noticias, pero tu madre sufrió un derrame… Es por eso que no puede mover una parte de su cuerpo. Necesitará terapia.Sentí un atisbo de alivio; una terapia parecía mane
Narra: Elena—¡Diego! Ella no es tu responsabilidad —bramó Victoria, conteniendo a duras penas la furia que se reflejaba en su mirada.Bajé la vista al suelo. No valía la pena insistir. Sabía que no lograría nada. Nadie en esa casa me prestaría ni un centavo.—Prometo hacerlo. —Mi voz sonó apagada, casi suplicante, un intento desesperado por despertar alguna chispa de compasión en Victoria, mi madrastra.De pronto, apareció la última persona que quería ver en ese momento.—¿Es mi fea hermana? —preguntó Isabela con su tono mordaz. Sus ojos me recorrieron con esa mezcla de desdén y burla que le era tan característica. —Ah, ya veo que sí. ¿Qué quiere?—Ah, le pide plata a tu padre, para su madre —intervino Victoria, dejando caer las palabras con toda la intención de humillarme.Isabela estalló en una carcajada que resonó en la habitación, fría y cruel.—Ja, ja, ja… Yo te tengo una solución, te daremos el dinero —dijo, con una sonrisa que no auguraba nada bueno. —Pero, a cambio, debes cas
Narra: ElenaFrente al espejo de mi habitación, observé mi reflejo con el vestido blanco que llevaba puesto. La tela parecía más ajustada de lo que alguna vez soñé cuando era niña, y el ramo de flores que sostenía en mis manos lucía desoladoramente sencillo, lejos de la imagen que tenía en mi mente. Mi mirada se perdió por un momento, y en mi mente apareció el rostro de mi madre, postrada en la cama del hospital, luchando contra una recaída que no daba tregua. Las noches de llanto y desvelo volvían a mí con cada pensamiento.Con un suspiro profundo, caminé hacia la capilla. Mi padre estaba allí, esperando junto a mí. Al posar su mano sobre mi hombro, ambos miramos el reloj al mismo tiempo. La ceremonia ya llevaba retraso, y con cada segundo que pasaba, mi incertidumbre aumentaba.—Ja, te dejaron plantada. Mejor que te puse a ti de novia, porque no me imagino yo parada esperando a nada. —La risa cruel de Isabella resonó a mis espaldas, cargada de burla. La ignoré, enfocándome en el apo
Narra: Damond (Luis)Nos estacionamos frente a un edificio imponente, una construcción que había adquirido en su totalidad para vivir sin las incomodidades de compartir espacio con personas de este barrio. Aunque no era de lo peor, prefería mantener distancia. Miré cómo ella bajaba del auto, agradeciendo con una sonrisa cálida a Cristofer, quien cargaba su pequeña maleta con amabilidad.—Bienvenida a nuestra humilde morada. —Dije al abrir la puerta del apartamento y dejar las maletas en la entrada. Su expresión oscilaba entre la curiosidad y el cansancio.—Bien, quiero que sepas las reglas —proseguí con un tono neutral mientras cerraba la puerta tras nosotros—: no me meteré en tu vida, y tú no te meterás en la mía. Fingiremos ser esposos ante la sociedad, pero aquí puedes hacer lo que desees. Dormiré en la sala y dejaré la habitación para ti. Lo único que no quiero es enterarme de que me engañas con alguien. Eso solo generaría rumores, y no me interesa lidiar con eso.Ella asintió en
Narra: Damond (Luis)Al abrir los ojos, noté que mi pecho estaba cubierto por una manta. Era extraño; desde niño odiaba la sensación de estar arropado. Me incorporé un poco, observando alrededor, hasta que la vi en la cocina. Al menos había cumplido con hacer algo. Ella giró hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos avellana brillaban con un matiz más intenso debido al rayo de sol que se filtraba por la ventana y acariciaba el rabillo de su ojo.—No tenías por qué preocuparte. —Dije mientras me levantaba del sofá.—Ya sabe, es lo menos que puedo hacer. No tengo mucho para ofrecer, solo mis buenos toques en la cocina. —Respondió con una sonrisa mientras servía un plato.—Allí solo veo un plato. ¿No vas a desayunar? —Pregunté mientras me acercaba a la mesa y tomaba asiento. Después de tantos años comiendo solo, la idea de compartir el desayuno con alguien más resultaba inusitadamente agradable.—No, ya desayuné. Este es el segundo desayuno que preparo. Me levanté algo temprano.