No me rendiré

Dimitri estaba sentado sobre un árbol en la oscuridad de la noche. Escuchó varias risas masculinas y bufó del fastidio. Se suponía que se había aislado para estar en plena tranquilidad.  

El aroma a vainilla hizo que entrecerrara los ojos. ¿Qué hacía ella allí? Su corazón empezó a latir con brusquedad y un punzón en el estómago lo hizo maldecir en sus adentros.

 —¡Qué demonios me pasa! —Dejó salir un suspiro y buscó a la causante de su "malestar".

 —Oye, Anita —Uno de los guerreros se acercó burlón—. ¿Qué haces por aquí tan solita?

 —Estoy entrenando. ¿Y ustedes? —contestó alerta, pues no le gustaba el tono que estaban utilizando.

 —Solo charlamos. Ya que nos toca estar encerrados en este campamento por un

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