Edward estaba sentado detrás de su escritorio hablando por teléfono con tono desesperado. Había pasado una semana desde que Nora desapareció y la angustia estaba acabando con su juicio.
—¡Una persona no puede desaparecer así por así! —gritó tembloroso. Había agotado todos los recursos posibles. No sabía qué hacer, las lágrimas recorrían sus mejillas de la impotencia—. Cualquier información por más mínima que sea, por favor, hágamela saber de inmediato —cerró el teléfono y cubrió su rostro con sus manos, mientras suspiraba tratando de recuperar el ritmo regular de su respiración—. ¿Dónde estás, Nora? ¿Dónde? —Su teléfono sonó y él lo respondió con ansias y desesperación. La decepción volvió cuando su secretari
Eli terminó de ponerse su traje negro y agregó sus protectores de acero; tomó también su mochila y armas, entonces salió de la casa. Estaba preparando su caballo para unirse a los demás guerreros cuando recordó a Ulises y la posibilidad de volver a verlo, puesto que una guerra no era lo mismo que algunas batallas y misiones. Era la primera vez que estaría en una, dado que tenían décadas con la alianza, siendo sus únicos enemigos los rebeldes. Ahora el enemigo estaba por doquier y cualquiera podría ser un traidor.La guerra se daría en las lejanías de Destello, cerca de las aldeas y tribus más remotas y vulnerables. No entendían la razón del Rey Joaquín para atacar esos lugares, si se suponía que su interés estaba en Zafiro y la fuente de energía; sin embargo, no permitirían que sus enemigos arrasaran con esas comunidad
—¡Imbécil! ¡Atrevido! ¡Mil veces idiota! —Leela se paseaba de un lado a otro dentro de su tienda—. ¿Quién se cree que es? ¡Príncipe de pacotilla! —se sentía indignada y a la vez emocionada. Sus pensamientos y sentimientos eran confusos, un caos total. Tenía miedo de como ella y el príncipe cruzaban esa línea peligrosa, de como ellos se necesitaban—. ¿Cómo se atreve a decirme que le gusto? ¿Por qué rayos me besó? Teníamos un trato, el muy imbécil me rechazó en nombre de ese trato —se sentó sobre su colchón y puso sus manos sobre su cabeza—. ¿Él sí puede, pero yo no? ¡Es un egoísta! Yo no seré la amante de nadie. Si él se va a casar con esa princesa que se olvide de mí —suspiró y bajó el rostro con tristeza&mda
El príncipe volvió al palacio con la victoria. Solo faltaba una cosa: ir por el rey del Norte y Dimitri. Durante la guerra: día 4—Padre, Dimitri nos espera a las afueras del Norte. —Kara entró a la habitación del rey.—¿Qué dices? ¿Por qué? —El rey preguntó preocupado.—Estamos perdiendo la guerra. El ejército del príncipe Jing nos dobla en número, además muchos de los gobiernos que nos apoyaban se unieron al rey del Sur.—¡No puede ser! —El rey golpeó una columna—. ¡Tanto sacrificio para nada!—No te preocupes, padre. —Kara esbozó una sonrisa—. Dimitri tiene un plan. Solo debemos espera
—Señorita Brown. —El príncipe estaba frente a ella con la mirada seria, quien estaba sobre sus rodillas en el patio del Dojo del maestro Lee—. ¿Por qué quiere ser una guerrera? —Jing preguntó atento a su repuesta, pero inexpresivo. Leela lo miró a los ojos con firmeza.—Quiero hacer justicia —respondió con mucha seguridad y entusiasmo—. Desde pequeña he visto como los más débiles han sido pisoteados por gente malvada y sin escrúpulos. Fui testigo del miedo de la gente de mi aldea, cada vez que se escuchaban rumores de que los rebeldes iban a atacar. Y después... —hizo una pausa—, ver la aldea destruida y encontrar a mi madre muerta... Quería venganza, pero, he aprendido que la venganza no iba a quitar el mal del mundo. Entonces, he entrenado duro para luchar contra los malvados y defender a los inocentes. Cre
Bruno estaba sentado en un banco que se encontraba debajo un árbol, ¿con una mujer?—¿Por qué no vamos a un lugar más privado, guapo? —La chica de cabello rojo acariciaba su mejilla con un dedo de forma provocativa.—Suena tentador, preciosa... ¡Rayos! —espetó de repente—. ¿Qué hora es?—Es medio día, yo ya tengo hambre —contestó mirándolo con lujuria.—Lo siento, cariño, pero será otro día. —Se levantó con rapidez para marcharse.—¿Me estás tomando el pelo? —La chica preguntó molesta.—No, preciosa. Es que mis amigos me deben estar esperando, ¡rayos, las chicas van a matarme!—¿Chicas? —La mujer cuestionó elevando una ceja.—No pi
Leela se despertó tarde ese día aprovechando las pequeñas vacaciones, puesto que el príncipe la tenía solo entrenando después de que ella capturó al rey del Norte.Se quedó pensativa un rato. Habían pasado tantas cosas en su vida que ni siquiera sabía qué camino sería el correcto. Por más enojada y decepcionada que estuviera con el príncipe, había una parte de ella que sabía que él la necesitaba. A veces creía que él sentía lo mismo, pero su comportamiento la confundía. Suspiró tratando de llevarse sus pensamientos con aquel suspiro.—¿Es posible que yo me robe al príncipe? —pensó en voz alta y rio ante su ocurrencia.Salió a buscar a Ulises para que le explique su extraño comportamiento con Eli. La mañana estaba nublada y fresca y ella sin
Ulises corrió desesperado a buscar a Anya. Todo el trayecto su cuerpo temblaba mientras las lágrimas mojaban su rostro. ¡Cómo pudo ser tan tonto! Por su culpa su amada amiga y hermana estaba en manos de Dimitri. La rabia le nubló la razón.—¡Voy a matarla! —espetó mientras se escabullía por el jardín que estaba frente al palacio.Anya vivía en una habitación de las viviendas que quedaban cerca del palacio, en la entrada donde empezaban los árboles que rodeaban sus límites. Esas viviendas eran habitadas por sirvientes y cargadores de mercancías para el imponente hogar de los reyes. Ellos se encargaban de los jardines que lo rodeaban y del mantenimiento de la sala de reunión. Tocó la puerta con violencia varias veces. Después de unos minutos lo recibió una Anya pálida y asustada. Él entró sin esperar la
El sol se colaba por las ventanas afectando sus ojos. Se despertó relajada y con una sensación de bienestar que le sacó una sonrisa. Miró a su lado y su corazón latió de la felicidad al ver el bello rostro de Edward frente a ella, quien dormía plácido y sonriente. Definitivamente, ese hombre la enloquecía y afectaba demasiado. El medio asiático tenía su encanto y claro, sabía lo que hacía en la cama. Conocía lo que le gustaba y entendía bien lo que ella quería en el acto sexual. Al parecer, ella también sabía qué le gustaba a él. Era extraña la manera tan intensa de conocerse y sentir que amaba a alguien en tan poco tiempo. A decir verdad, no recordaba haber estado con un hombre antes, hecho que le parecía extraño, puesto que cuando ella y Edward estuvieron juntos, no le pareció ser virgen y fue fácil seg