Hay un culpable

—Eso estuvo de lujo. Pero no quiero volverlo hacer —vocifero Diego sacudiéndose la tierra que le había caído.

Estiro su pie para sacarlo de entre las rocas.

Celeste trato de levantarse. Pero el peso del lobo y los escombros la aplastaban.

Diego logro ponerse de pie, el tobillo le zumbaba de dolor y apenas podía apoyarlo. El espacio era muy pequeño, lo noto cuando intento estirarse y su cabeza golpeo la roca. Palmo las paredes, estaba tan oscuro que no podía saber si tenía los ojos abiertos o cerrados, escuchaba los gemidos de los débiles intentos de Celeste de ponerse de pie y su pesada respiración.

—¿No crees que sea un pésimo lugar para una velada romántica? —bufo Diego.

—Deja las tonterías —respondió Celeste con voz agotada—. No veo nada.

Diego tampoco y siguió palmeando la roca hasta que noto

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