Usted, ¿no me tiene miedo?

Las personas lo esquivaban. Se habituó. De algún modo, siempre fue de esa manera. Siempre fue consciente de que su apariencia era mal vista, que lo juzgaban y estaba bien. Hoy día... era lo de menos.

Llegó a la tienda. Ingresó sin mirar a nadie en particular. No era como en las que había trabajado anteriormente. Esta era distinta, moderna, más actual y acorde con los gustos musicales de las personas, de los jóvenes.

—Hombre, hasta que apareces.

Descolgó la mochila de su hombro derecho y fijó la mirada en el chico detrás del mostrador. Más recuerdos llegaron a su mente y no era momento para eso.

—¿Y bien?

Frunció el ceño, ¿había algo que tenía que...?

—Ah, sí —Abrió la mochila y sacó un pendrive¹—. Aquí tienes. Es lo que pude recopilar. No es mucho, pero son las mejores.

—Eres el único con buen gusto cuando se trata de música vetusta —Negó con la cabeza en torno al chico—. ¿Qué? Es la verdad.

—Bien, si tú lo dices —profirió. Volteó sobre sí y observó el local—. Está tranquilo. Es raro.

—Hace más de un año que trabajas aquí —Se encogió de hombros—. Siempre dices lo mismo. A estas horas no viene nadie, Kilian, pero espera a más tarde.

—Bueno, es la costumbre —Rodeó el mostrador. Se sentó en el taburete al lado de su compañero—. Y dime, ¿qué tal todo? ¿Alguna novedad? —cuestionó.

—No, lo mismo de siempre —replicó el chico con jocosidad.

Desde que lo contrataron en la tienda, Minos (su compañero) fue empático con él. Con el transcurso de los meses descubrieron que ambos tenían gustos en común —aparte de la música— y ambos llevaban la piel atestada con centenares de tatuajes.

Minos —a diferencia de él— no pasó por ningún problema. Al chico nunca lo despreciaron ni juzgaron ni nada. Minos siempre fue amado por la familia, amigos y conocidos. En cambio a él jamás lo notaron. A pesar de tener esa gran diferencia, no fue un obstáculo para llevarse bien y ser buenos amigos.

La tarde se precipitaba sosegada, permitiéndole conversar con su compañero. Distraerse de pensamientos que a estas alturas los consideraba totalmente insanos.

Al final, los clientes aparecieron casi al cierre del local. Dentro de todo, era normal. La mayoría eran personas que regresaban a sus hogares luego de un día ajetreado y detenerse en una tienda de música resultaba ser algo habitual en esta ciudad.

Al principio le resultó extraño, pero conforme pasaban los meses, terminó acostumbrándose. Después de todo, era lo que necesitaba. Un cambio.

(…)

A veces es bueno retomar aquello que alguna vez nos hizo bien. A veces no todo el pasado está lleno de dolor. A veces es —y solo a veces— gratificante recordar situaciones, experiencias y vivencias que nos hicieron bien.

Una caja olvidada en lo profundo del armario captó su atención. La sacó de aquel sitio oscuro, privado de la luz. Al abrirla, una sensación nostálgica embargó su pecho. ¿Cómo pudo olvidar sus cámaras fotográficas? ¿Por qué dejó de hacer fotografías?

No quiso escarbar entre las brozas de los recuerdos y simplemente dejó la mente en blanco.

Exhaló un largo suspiro al ver su cámara Nikon; con ella había sacado centenares de fotografías.

Una delgada capa de polvo la envolvía y decidió limpiarla.

Posterior a la limpieza, masajeó su rostro, observando aquel objeto que —en algún tiempo atrás— fue parte de su día a día y no salía del departamento sin eso consigo.

—Bueno, nunca es tarde —musitó.

Sacó las cosas que no utilizaría del morral y guardó la cámara dentro. Se puso como objetivo salir a dar un paseo y hacer fotografías. Por supuesto, primero terminaría de organizar el departamento, se daría un buen baño, comería algún refrigerio y luego saldría.

(…)

Recorrió unas cuantas calles y había llegado a una especie de parque-espacio verde. Gigantes árboles de copas tupidas imposibilitaban el pase libre de los rayos del sol. La brisa leve mitigando el calor de la tarde de verano. Un largo y estrecho sendero que conducía al corazón del espacio verde. En medio de este había una fuente. Niños correteando alrededor, quizá tentando la suerte en busca de mojarse con las salpicaduras frescas de agua y refrescar los rostros arrebolados provocados por los juegos.

Le gustó. Ver aquellos semblantes inocentes y oír las risas. Todos esos niños ajenos al mundo que los rodeaba, solo concentrados en seguir jugando, en divertirse. Deseó que todos ellos tuvieran un futuro lleno de dicha, de felicidad. Deseó que ninguno de ellos pasara por lo que él pasó. Deseó que la inocencia fuera perdurable.

Un par de bancas captaron su atención. Sus pasos lentos lo condujeron hasta una de ellas. Se sentó y dejó el morral en su regazo. Sacó la cámara, dispuesto a fotografiar el paisaje. Después de todo, ese era su pasatiempo. La fotografía siempre fue parte de sí mismo. Algo que lo hacía por mero placer, por mero gusto.

—Disculpa —Irguió la mirada, viendo a una mujer frente a él—. ¿Puedes hacerle unas fotos a mi hijo con sus amigos?

Una extraña sensación se adueñó de su ser. Era la primera vez que alguien lo notaba. Era la primera vez que alguien le hablaba y era la primera vez que alguien lo miraba como si él fuera una persona tan común como las demás.

—Oh, bueno, yo no...

—Por supuesto, pagaré por ellas —La mujer sonrió. Era la primera vez que una persona le sonreía tan cálida y genuina—. Oh, ¿acaso estoy errada, no eres fotógrafo?

—Bueno, solo hago fotografías por hobby —imperó angustioso—. Lo siento, no soy un fotógrafo profesional.

—Ah, qué pena.

«¿Por qué me mira de esa manera? Usted, ¿no me tiene miedo?», pensó.

—Entonces, ¿puedo sentarme contigo? Desde aquí puedo vigilar mejor a mi niño.

«¿No le causo miedo? ¿No le provoco rechazo?».

Un hormigueo se adueñó de cada recoveco de su ser. Nunca nadie (que no fueran las personas de su entorno laboral) le había hablado de esa manera. No sabía qué decir, qué sentir. Analizó los ojos de la mujer. No había nada en ellos que detonara algún malestar, algún tipo de... nada. Simplemente era la mirada de una madre.

—Sí —respondió, luego de unos segundos.

La mujer asintió. ¿Qué era eso que se instalaba lentamente en su pecho? Era algo tibio. Algo semejante a lo que hace tiempo atrás experimentó. Algo similar al calor que... No importa. No era relevante.

—Pareces sorprendido —La voz suave lo sacó de sus cavilaciones y agachó la cabeza—. Y a la vez triste. Eres un muchacho joven. Lo siento, a veces me dejo llevar por mi instinto de madre.

—Usted... ¿No le molesta mi apariencia? —preguntó y miró de soslayo a la mujer—. Es decir, yo...

—En lo absoluto —Ante esa respuesta, irguió la cabeza y miró fijo los ojos de la mujer. Ella esbozó una tenue sonrisa—. ¿Sabes? Tengo dos hijos más. Uno se casó hace dos años con una buena y hermosa muchacha. El otro es adolescente y, al igual que tú, tiene un gusto particularmente fascinante por los tatuajes y perforaciones.

—¿D-de verdad? —titubeó, incrédulo ante el comentario de la mujer.

—Así es. Al principio no entendí a mi hijo —Asintió, oyendo atento—. Pero a veces somos los padres los que no entendemos o comprendemos. El hecho de que a Gael, así se llama mi hijo —aclaró la mujer—, le guste esas cosas no tiene nada de malo. Su apariencia puede que haya modificado, pero sigue siendo un buen niño. Su padre pensó que era la típica etapa de rebeldía. Sin embargo, no es fue así.

—Obtuve mi primer tatuaje a los dieciséis años —comentó de pronto—. Mi padre... Él me golpeó sin que yo pudiera decirle nada o explicarle el porqué de mi decisión... —Y fue la primera vez que pudo hablar, desahogarse con una persona que no era del nimio círculo que conocía.

Cerca del atardecer, se despidió de Amelia, nombre de la mujer, y de su pequeño hijo, Dylan.

La sensación regocijante que experimentó no lo abandonó por el resto de la semana.

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¹Alude a una memoria de tipo flash que se conecta a otro dispositivo por medio de un puerto USB. Se trata de un aparato de tamaño pequeño que permite almacenar datos digitales.

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