Somos un matrimonio.

Las manos de Ismael recorrieron su vientre, subiendo lentas por su abdomen, abarcando cada porción de piel, hasta dejarlas sobre su pecho. Los dedos envolvieron sus erectos pezones y tuvo que suprimir un grito cuando las caderas ajenas embistieron hacia arriba, encontrándose con las suyas y provocando que el pene dentro de él palpara su punto dulce.

Arremetió una y otra vez, cabalgando sobre aquel mojado y grueso pene, oyendo los bajos jadeos que su esposo soltaba. Le encantaba montarlo, le encantaba sentirlo tan profundo y amaba las manos de Ismael sostenerlo por las caderas y empujarlo hacia abajo para un encuentro canicular.

Las emociones que afloraban cada que se dejaban guiar por el desenfreno eran inverosímiles, explotando y gozando del sexo primitivo, casi animal.

—Sí, cariño, sigue así —Ismael tenía encarcelado su pene en una mano, el pulgar esparciendo el pre-semen cada más abundante mientras él lo montaba con frenesí—. Te sientes tan bien, tan caliente. Tu interior me está a
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