En ese momento, la nostalgia que Juan había mantenido reprimida en su corazón finalmente explotó con fuerza muy descomunal.
A pesar de su carácter firme y quizás reservado, sus ojos se enrojecieron por completo, como si hubiera vuelto a ser el joven llorón que solía ser en un principio, siempre protegido por los demás.
Miró a Celeste, que lloraba desconsolada, y avanzó un paso para abrazarla con fuerza: —¡Hermana!
—¡Pierdrita!
Celeste también lo abrazó con fuerza, como si temiera que Juan desapareciera en cualquier momento.
¡Doce años!
Nadie sabía cuánto esfuerzo había puesto Celeste durante estos doce años para llegar a este día.
El silencio envolvía por completo todo el lugar.
Todos los presentes observaban con gran asombro a los dos abrazados, incapaces siquiera de desvanecer el asombro en sus rostros.
Solo Elena lloraba de emoción; no había nada más alegre que el reencuentro de esos dos hermanos.
De repente, un disparo rompió la calma que había en el lugar.
Aniceto, aprovechando qu