En la habitación principal de la mansión King, el tiempo parecía haberse detenido. El aroma de la pasión aún flotaba en el aire, mezclado con la fragancia a jazmín que siempre desprendía la piel de Aurora. Alexander la mantenía estrechada contra su pecho, sintiendo los latidos del corazón de ella acompasarse lentamente con los suyos. El sol ya bañaba por completo la estancia, pero ninguno de los dos tenía prisa por enfrentar el mundo exterior.
—Podría quedarme así toda la vida, pequeña —susurró Alexander, depositando un beso tierno en el hombro desnudo de Aurora—. Olvidarme de las empresas, de los juicios, de los enemigos... Solo tú, yo y este amor que me hace sentir como nunca antes.
Aurora se acomodó mejor entre sus brazos, trazando círculos invisibles sobre el torso firme de su esposo.
—Yo también, mi amor. Después de sentir que la vida se me escapaba en aquel coche, estos momentos son mi verdadera medicina. Estar aquí, sentirte tan cerca... me hace recordar por qué vale la pena lu