**SANTIAGO**
Regresar a casa fue como entrar en la escena de una vida que ya no me pertenecía. Empujé la puerta con suavidad, esperando que el sonido de la cerradura me recibiera con algo más que silencio. Pero no. La casa estaba como la dejé, o peor.
Crucé el umbral despacio. Caminé hacia el centro del lugar y me quedé de pie, mirando todo sin ver nada.
El recuerdo de hace unos momentos en el hospital apareció, clara como una fotografía mental.
—¿Tú… eras casado? —me había preguntado, con los ojos cargados de incertidumbre.
La verdad me ardía en los labios, pero no pude responderle. Si Gracia no hubiera entrado en ese momento, no sé si hubiera tenido el coraje de mirarla a los ojos y decirle: sí, Andrea. Lo estoy. Y mi esposa... eres tú.
Me arremangué las mangas de la camisa y comencé a limpiar. No era solo por necesidad de moverme, sino porque quería que todo estuviera impecable cuando ella regresara. Cada trapo que pasaba, cada superficie que dejaba reluciente, era mi manera de dec