—Melisa Cárdenas —le recuerda.
—Tienes razón —asiente al recordar—. Y recuerdo que lo hizo y así fue como ustedes dos terminaron cantando con nosotros —cuenta sonriendo.
—Ella lo rechazó —se queja Aye.
—Pero la apuesta solo decía que tenía que encararla y eso lo hizo —refuta.
—Todavía no estoy muy segura sobre esa apuesta.
Aye frunce la boca al recordar y Mateo sonríe.
—Estamos en todo el jodido piso —suspira el joven volviendo a observar la fotografía—. Si hubiera sabido que esa cámara que siempre llevaba consigo era real, se la hubiera hecho desaparecer en alguna alcantarilla —Aquello hace reír a la joven—. Te juro que pensaba que era un juguete, no sabía que era real, hasta llegué a pensar que estaba loca por andar con un juguete colgado a su cuello todo el tiempo —Aye no para de reír. Cuanto más hablaba Mateo, ella más se ríe—. Maldita mujer, nos estuvo espiando toda una vida —refunfuña—. Ahora me siento acosado.
—Basta, por favor —lloriquea ella sin poder dejar de reír—. No sigas