Capítulo 3 - Actualidad

Dante escuchó el golpeteo en la puerta y abrió los ojos.

—Pase— levantó la voz.

Su secretaria entró con evidente miedo. Lo entendía perfectamente, los últimos 6 meses se había convertido en un verdadero gruñón. No era para menos, había pasado tiempo y aún no habían encontrado a Alina. Su preciosa chica de rizos desobedientes había sido secuestrada y posteriormente había tenido un accidente. Nunca se encontró su cuerpo y él estaba seguro, sentía en su corazón que ella estaba viva. Nadie le creía, obviamente. El coche había caído por un acantilado, habían sido hallados dos hombres muertos. Uno murió en el acto y otro tardó unos minutos mas. Dante no lo lamentaba, si pudiese, el mismo los mataría, los cortaría a pedacitos por haberle infringido miedo y daño a su mujer. Todos decían y afirmaban que ella había caído y muerto, que desorientada terminó al pie del acantilado. No se encontró el cuerpo, y él estaba seguro que ella estaba viva, en algún lugar. Solo no entendía por qué aún no había vuelto a el.

Las únicas que creían en el, que confiaban en su instinto eran Nicki y Gina. Ellas habían creído en el y lo apoyaban en su pensamiento. Sabía que ellas tenían la esperanza de que su mejor amiga continuara con vida. Los maridos de éstas lo dudaban, lo veía en sus miradas, sabía que les inspiraba lástima, pero no así, cordura. Por mas que no le creían, lo apoyaban y se hacían un ratito para verlo e indagar como se encontraba. Dante los apreciaba y trataba con frecuencia ya que sus mujeres siempre habían estado juntas, se reunían y salían a pasear varias veces a la semana. El tiempo transcurrido los unió mas, en caso de que no se soportasen (lo cual no era el caso) estaban obligados a convivir de una u otra manera.

—El emm…— la mujer bajó la vista asustada ante el repiqueteo de dedos que emitió el.— el señor Amato quiere verlo.

Dante se levantó furioso.

—¿Y qué esperas para hacerlo pasar? te ordené que siempre que él estuviera al teléfono o se presentara aquí, debías comunicarme inmediatamente con el.

—Pero no tiene cit..— se calló cuando escuchó el golpe en la mesa— si señor, ya lo hago pasar.

Dante fue tras su secretaria, ansioso por las noticias que esperaba, le trajera su investigador privado.

Amato se sentó en el sillón, frente al escritorio de Dante. No dio rodeos, sabía que su jefe no soportaba la ineptitud y la ambigüedad.

—Creo que la encontré.

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