La presencia de las fuerzas imperiales conmocionó a los que se encontraban en la plaza, en especial los habitantes de Tirón, quienes comenzaron a temer por sus vidas ante una posible invasión. En tanto, Adeline se sintió tranquila al verlos y por un momento pensó que Ashal los había enviado, sin embargo, se preocupó al ver que el lord de Tirón se aceró al líder del escuadrón y ordenó con autoridad.
—¡Me alegra que hayan venido! ¡Capturen a esa mujer que asegura ser la emperatriz y tiene la osadía de decir que es una sacerdotisa!
Furioso por la actitud de ese traidor, el comandante Solep se paró frente a Adeline para protegerla y exclamó:
—¡Cómo te atreves a ofender a la emperatriz Adeline de esa forma! ¡Deberías morir por negarla frente a todos!
Ignorando los reclamos, Roman estaba dispuesto sacrificar a la emperatriz con tal de librarse de la prisión, así que continuó con sus injurias.
—¡Mentira! Esa mujer no es la emperatriz, ¡miren sus ropas! Luce como cualquier pueblerina.
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