DOUGLAS WARD
—¡Sam! ¡Sam! —grité mientras corría hacia el interior de la casa como si fuese un hombre cuya casa estuviera en llamas.
—¡Sam! —llamé de nuevo, subiendo las escaleras apresurado hacia su habitación, pero el cuarto estaba vacío.
—¡Martha! ¡Martha! ¿Dónde está Sam? —le cuestioné a la niñera, que me miró confundida.
—Está en el jardín, el abuelo vino a verlo.
No esperé nada más, corrí hacia el jardín y solo entonces pude respirar aliviado al escuchar la risa de mi hijo.
Él estaba bien. Pero la rabia pronto hirvió en mi cuerpo cuando recordé el motivo de que todo esto rondara mi vida.
—¡Sam! —lo llamé al alcanzarlo, atrayéndolo hacia un abrazo apretado. —Estás bien... estás bien. Vamos. —Tomé su mano, pero él giró el rostro para mirar al abuelo.
—Papá, quiero jugar un poco con el abuelo.
—Quizás en otra ocasión —respondí, sin siquiera mirar a mi padre, y llevé a mi hijo de vuelta adentro.
—Cuide de él. Asegúrese de que nadie se lo lleve. Si algo pasa, lo haré responsable —ord