En el momento que llega al rellano que se encuentra justo enfrente de la puerta de entrada de la casa tropieza con un cuerpo duro y de no ser porque unos brazos fuertes la sostienen habría caído sentada en el piso, levanta la cabeza y el dueño de dicho cuerpo le sonríe cortés.
Amelia arruga el entrecejo al percatarse de que la cara le es muy familiar, sus rasgos son similares a las de Bastián de hecho; si no le hubiese dicho que de su primer matrimonio no tuvo hijos creería que este joven lo es a excepción del color de sus ojos que son verdes. Puede que sea algún primo cercano o alguien más allegado, el joven debe tener algunos dieciocho años, pero ella no lo puede deducir ya que se ve muy joven.
— ¡Eh, lo siento mucho señorita! – se disculpa por el tropiezo de lo que es ella culpable.
Siendo él la segunda persona en esa misma noche que la trata con respeto.
— No te preocupes el error fue mío, debí mantener la vista en el frente y no mirar atrás como una tonta – Amelia le sonrí