32. LA CITA A CIEGA
En medio de todas sus dudas y temores, una idea comenzó a tomar forma. Quizás eso era lo mejor. Quizás la interrupción repentina de López, era una señal de Dios, de que debía manejar las cosas de manera diferente, y no debía decirle nada. Quizás debía enfrentar a Mía por sí misma, sin involucrar a nadie más, era lo correcto.

Con estas reflexiones en mente, cogió a su pequeño con más firmeza y decidió regresar a la seguridad de su casa. Dejó atrás el parque y la turbulencia de los últimos momentos, prometiéndose a sí misma que encontraría una manera de resolver las cosas. Por ella y por su hijo. ¡No dejaría que Mía se saliera con la suya!

La voz de su vecina Lucrecia, que la esperaba ansiosamente frente al edificio la sacó de sus pensamientos.

—Sofía hija, ¿en serio te llevaste a Javier para el trabajo? —preguntó tomándolo de sus manos.

—¡Lucrecia! —exclamó Sofía alegremente. —Qué alegría me da verla, ¿cuando llegó?

—Justo para decirle a una rara mujer que Javier era hijo de mi
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