El señor López se pasó una mano por el rostro, intentando controlar su frustración. ¿Qué iba a hacer con esta madre suya? No se rendía en su empeño de verlo de nuevo casado.
—Mamá, no puedes seguir haciendo esto —la regañó molesto. — No puedes jugar con mis emociones solo para organizar encuentros románticos. No es justo ni para mí ni para las mujeres que involucras.
Hubo un silencio en la línea, y por un momento, López pensó en su madre, sabía por qué lo hacía, pero no era su asunto. Entonces ella respondió:
—Solo quiero que seas feliz, hijo —dijo ella suavemente. — Y sé que serías muy feliz con alguien como Teresa.
—Mamá, la felicidad no se puede forzar. Ya te dije que no te metas en mi vida, por favor. Deja que yo lo estoy haciendo bien. ¿Cuándo vuelves? —Cambió el tema de inmediato.
—Volveré cuando lo decida—respondió su madre con un tono de voz más suave—. Pero quiero que sepas que solo lo hago porque te amo. Si no te preocuparas tanto por tu trabajo, tal vez te darías c