Kassio detuvo su auto frente a las rejas de su casa de la infancia y esperó a que el guardia se acercara. A pesar de la sugerencia de su jefe de seguridad, había dado el día libre a sus guardaespaldas. Alguno podía estar informando a Nastia de sus movimientos y no iba a correr ese riesgo. Solo tenía una oportunidad para entrar en casa de su padre y conseguir algo que lo ayudara con su investigación.
—Buenas tardes, estoy aquí para ver a la señora.
—Señor, buenos tardes. Su madre no está en la casa.
Kassio estaba al tanto. Un martes al mes, su madrastra tenía su cita con el peluquero. Usualmente tardaba alrededor de una a dos horas.
—No hay problema, la esperaré adentro. —Su voz no dejaba lugar a discusión.
El hombre dudó solo un segundo antes de asentir y abrirle las puertas.
—Eso no fue tan difícil —comentó Domenico.
—No lo fue, pero informaran a Nastia de que estoy aquí. No tenemos mucho tiempo. Sabes lo que tienes que hacer.
—Descuida, yo me encargo.
En cuanto entraron en la cas