Máximo no supo cómo logró sobrevivir esa noche. Se encerró en su habitación, aferrado a una vieja fotografía donde aparecíamos los tres: Lilia, él y yo.
No pudo pegar ojo hasta el amanecer.
—Evelyn... me equivoqué... de verdad me equivoqué. Por favor, vuelve... no sé vivir sin ti.
Una y otra vez murmuraba lo mismo, con la almohada empapada en lágrimas. No podía imaginar un futuro en el que no estuviéramos nosotras. Fue entonces cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta. La esperanza le brotó en el pecho como una llama; pensó que habíamos vuelto y corrió a abrir.
—¡Evelyn!
Pero al ver quién era, su rostro se endureció al instante. —¿Tú? ¿Qué haces aquí?
Olivia estaba frente a él, con una expresión preocupada.
—Máximo... me inquietó tu estado. Vine a ver cómo estabas —le explicó, intentando entrar a la habitación, pero él la apartó de un empujón.
—¡Lárgate! ¡No quiero verte!
Ella tropezó hacia atrás, completamente desconcertada. —¿Máximo, qué significa esto?
Él la miró con frialdad.