Apenas estaba amaneciendo cuando recibí una llamada urgente del abuelo de Máximo. Su tono era imperativo: quería que me presentara de inmediato en la manada, y que llevara a mi hija conmigo. Ilusionada, ella pensó que su padre por fin había reservado tiempo para nosotras.
—¿Papá quiere hablar conmigo sobre mi fiesta de cumpleaños? —preguntó con una sonrisa radiante.
Durante todo el camino, estuvo emocionada, llena de expectativas. Yo, en cambio, no podía deshacerme del mal presentimiento que me apretaba el pecho. El abuelo de Máximo nunca me había tenido en buena estima. Por lo que… que nos llamara de repente, no podía ser señal de nada bueno.
Al entrar al gran salón de la manada, tomé con fuerza la mano de mi hija, y lo primero que vi fue a Máximo ayudando a Olivia a sentarse en el sofá, con cuidado y ternura.
La escena frente a mí parecía sacada de un retrato familiar: ellos dos, unidos, como si fueran el centro de todo. Y yo... solo era una figura sobrante, una presencia incómoda en su mundo perfecto.
El vientre de Olivia ya había comenzado a notarse. Se le veía satisfecha, como si el mundo entero le perteneciera.
El abuelo de Máximo se plantó ante nosotras con un gesto severo, y, cuando habló, su voz resonó en el salón.
—Evelyn, tengo buenas noticias: Olivia está embarazada. Y, conforme al decreto del Rey Alfa, Máximo asumirá oficialmente el liderazgo de la Manada Fantasma. —Hizo una pausa, como para que sus palabras calaran hondo—. El hijo que esperan será el próximo heredero de la manada, y, muy pronto… celebrarán la ceremonia de unión.
Volteé a ver a Máximo, pero no me devolvió la mirada, no dijo nada, solo apartó los ojos.
Olivia tomó su mano y la posó sobre su abdomen.
—Máximo, por fin vas a ser padre. ¿No estás feliz?
Él asintió, con una sonrisa apagada.
—Cuidaré del bebé y de ti, seré el padre que corresponde.
Olivia me miró con descaro, como si dijera: «Perdiste».
Sus palabras me atravesaron.
«¿Por fin?» ¿Acaso mi hija no contaba? ¿No llevaba su sangre también? ¿Iba a ignorar a su propia hija para enfocarse en el hijo que esperaba su madrastra? ¿Un hijo concebido en una relación que nunca debió existir?
—Mamá... ¿por qué papá cuida a otra persona? ¿No debería cuidar de nosotras? —preguntó mi hija, mirándome con los ojos llenos de dudas y tristeza. Su voz era bajita, pero suficientemente alta para que muchos la oyeran.
—¿Y esa bastarda quién se cree que es para llamarlo «papá»? —soltó con desprecio la prima de Máximo, quien siempre me había mirado por encima del hombro—. En esta manada solo hay lugar para «un» heredero, y ese es el hijo de la Luna Olivia. No creas que puedes arrebatarle eso —añadió.
—Exactamente —intervino el abuelo de Máximo con una frialdad que heló la sala—. ¿Qué hace aquí la hija bastarda de una forastera?
La abuela de Máximo me miró con desprecio.
—Evelyn, no eres más que una forastera a la que Máximo decidió acoger. Te dimos un techo por compasión, pero, desde hoy, cumplirás las labores de una criada. Y esa niña... esa niña no es más que una huérfana a la que también acogimos. Si no aceptas estas condiciones, puedes irte.
Mi hija rompió en llanto, su vocecita temblaba, desbordada por la confusión y el dolor. No entendía por qué todos la miraban con tanto desprecio.
Para ellos, yo solo era una forastera sin manada, alguien que había sido desterrada. Cuando escapé con Máximo, oculté quién era en realidad, no revelé mi identidad, ni mostré mi forma de loba.
Lo miré, Máximo finalmente se levantó, dio unos pasos hacia nosotras y trató de defendernos.
—Ella no es una bastarda, y tampoco es...
Antes de terminar la frase, Olivia lo sujetó del brazo y lo hizo retroceder. Bajo la mirada severa de su abuela, Máximo volvió a su lugar... y nos dejó solas.
—Evelyn, llévate a la niña y vuelve a casa —dijo al fin, sin atreverse a mirarme—. Después... las iré a ver.
Lo observé en silencio. En ese momento, supe que entre nosotros no quedaba nada.
—Espera —me detuvo la voz de Olivia, cuando ya iba saliendo—. Ya que te vas, ¿no deberías dejarnos el collar que llevas? Como nueva Luna de la Manada Fantasma y compañera de Máximo, ese collar de luna creciente me pertenece.
La miré por un segundo, antes de enfocar la vista en Máximo, quien no dijo nada y mantuvo la cabeza baja.
Ese collar había sido un símbolo y una promesa. Máximo me lo había dado para demostrar que yo era su única pareja. Había dicho que mientras lo llevara nadie ocuparía mi lugar.
—Máximo... ¿tú también piensas así? —le pregunté, aferrándome a un último hilo de esperanza.
Él tardó en responder. Alzó la mirada, despacio, y al final murmuró:
—Lo siento, Evelyn... es tradición de la manada.
Sus palabras me desgarraron como una daga. Pero respiré hondo, me quité el collar y lo dejé sobre la mesa con delicadeza.
—Tómalo, es tuyo.
Luego tomé la mano de mi hija y me fui sin mirar atrás. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero sabía que no daría marcha atrás.
Diez años de amor... se habían roto por completo en un solo instante.
***
En cuanto llegamos a casa, llamé a mi padre.
—Evelyn... ¿al fin has tomado una decisión? ¿Cuándo regresas? —preguntó con voz temblorosa—. Tu madre ha estado anhelando tu regreso todos los días.
—Yo también los extraño mucho —respondí con un nudo en la garganta—. Y tengo algo hermoso que contarles... ahora tengo una hija. Es preciosa.
Su tono cambió al instante.
—¿De verdad? Evelyn, ¡qué bendición! Lleva la sangre de nuestra familia. Vuelve pronto... tu hogar está aquí, con la Manada Luna de Sangre.
Volteé a ver a mi hija, que estaba a mi lado. En ese momento coloreaba en silencio, con el ceño fruncido, pensativa. Sabía bien que para mí regresar a América del Norte marcaría un cierre definitivo con Máximo. Pero... ¿y mi hija? ¿Soportaría todo eso siendo tan pequeña?
—Mamá... ¿nos vamos? —me preguntó de repente, levantando la vista—. Papá no me quiere, ¿verdad?
Mi corazón se partió en mil pedazos y las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos. ¿Cómo podía decirle a mi hija una verdad tan cruel... que su padre no la quería?
—Ya lo sé —susurró antes de que pudiera decir algo—. Si papá quiere estar con otra persona, ya no es mi papá. Además, si nos quedamos... tendré que llamarlo tío, no «papá». Aquí nadie nos quiere… ¿verdad?
Me dolió el alma. Era tan pequeña... y, aun así, entendía demasiado. Me agaché y la abracé con todas mis fuerzas.
—Solo vamos a volver a casa de mi familia, eso es todo —le dije con voz suave—. Allí te esperan tus abuelos... ellos te aman con todo su corazón.
Ella asintió despacio.
—Está bien. Pero... primero quiero celebrar mi cumpleaños con papá. El año pasado él me prometió que esta vez sí lo pasaría conmigo...
La miré y vacilé. Sabía que si nos íbamos... ese cumpleaños con Máximo jamás llegaría, por lo que respiré hondo... y asentí.
—Está bien, te lo prometo.