Carolina se quedó pasmada por un segundo.
Simón le reprendió de inmediato: —Si lo dices por ser su compañera del trabajo, la becaria bajo su cargo le pasó algo tan grave, ¿no creen que deberían considerar si dejar el trabajo? Si lo dices como su mejor amiga, ¿recuerdas que soy novio? La viste tener una relación cariñosa con otro hombre, y lo peor, metieron a Jazmín en esto, ¿de verdad no se sienten culpables?
Oí a Carolina respirar hondo.
Sacudí la cabeza.
Carolina no podía ganarle discutiendo, porque cuando uno ya no veía las cosas con claridad, lo que decía tampoco estaba sustentado de razón.
El tono de Carolina fue más frío: —¿Sabes cómo está Rosa?
Simón dijo en un tono inusualmente calmado: —Les ruego que me escuchen, de paso le dices a Rosa que deje de montar una escena, y que lidie con este desastre lo antes posible. Yo puedo dejar pasar lo de esta vez y ustedes pueden permanecer en sus puestos, pero si siguen montando una escena y empeoran la salud de Jazmín, les haré pagar por sus actos.
Carolina, por extremo enojo, soltó una risa incrédula: —¡Vaya, lo dices como si fueras el todopoderoso! Espero que mantegas esta actitud, ¡que no te vea arrepentirte!
Simón y yo nos quedamos en dudas con sus últimas palabras.
Cuando caí en lo que decía, oculté mi tristeza.
«Carolina, ¡te sobran preocupaciones!
¿Quién iba a sentir tristeza por mí, excepto tú y mis padres?».
El ceño de Simón se frunció bruscamente, y dijo pensando que tenía toda la razón del mundo: —Rosa siempre ha sido madura e independiente lidiando las cosas, y está sana y fuerte, así que ¿qué hay de malo en que trate el asunto como lo he hecho? ¿Por qué habría de arrepentirme?
Jazmín estaba pensando en algo y, con cautela, dijo: —Mi hermana mencionó que quería romper contigo, ¿será porque quiere amenazarte con eso...?
De repente, Simón estalló en cólera y gritó: —¡¿Cree que puede manipularme con la ruptura?!
Jazmín se sobresaltó.
Se cubrió el pecho y dijo con una vocecita: —Mi hermana siempre se ha quejado de que le pones muy poca dedicación, y también dijo que es joven y capaz, y que en esta industria hay más que suficientes ricos detrás de ella.
Simón estaba furioso, se le marcaban las venas de la frente, y parecía intentar desesperadamente calmarse.
Le observé sin mucha emoción.
Si aún viviera, estaría dando vueltas ansiosamente, devanándose los sesos para pensar cómo hacer feliz a Simón.
Después de morir, me di cuenta de muchas cosas.
Este tipo de amor unilateral no era amor en absoluto.
¡Era un amor que yo misma me lo había imaginado!
Volvió a sonar el celular de Simón, que contestó impaciente y al instante dijo en tono tranquilo: —Hola, Susana.
¡Era mi madre!
Mi madre se lamentaba: —Simón, ¿dónde estás?
Simón escuchó el tono de voz de mi madre y preguntó: —Susana, a Jazmín le dolía el pecho, moví mis conexiones para llevarla a la sala VIP y ahora está bien.
Mi madre dijo amargamente: —Pero... ¡¿por qué no estás con Rosa?!
Me agaché lentamente en el suelo con la cabeza entre las manos, temblando de tristeza.
Simón miró a la aprensiva Jazmín y de pronto le dijo a mi madre, descontento: —Susana, aunque soy el novio de Rosa y te tengo mucho respeto, tengo que decirte algo, ¿puedes ser más justa con Jazmín? Aunque no sea tu hija biológica, por favor, ¡preocúpate un poco de su salud!
Mi madre se quedó estupefacta un momento antes de decir con voz dolorida: —Todo es culpa mía. Rosa, ¡yo te causé todo los problemas! ¡Lo siento de verdad! Si hubiera tomado esa decisión...
Tenía muchas ganas de llorar, pero no me salían las lágrimas.
Porque estaba muerta.
Mis padres me trataban como una princesa, y teniendo en cuenta que tenía problemas de corazón, me cuidaron con esmero durante más de veinte años...
Pero yo misma no me aprecié...
Simón frunció los labios al hablar: —Susana, cálmate, Rosa no es como Jazmín, Jazmín acaba de empezar a trabajar, es sencilla y frágil, y está débil de salud, en cambio, Rosa es independiente y fuerte, en todo el tiempo que la conozco rara vez ha cogido siquiera un resfriado.
Mi madre detuvo de pronto sus emociones, se obligaba a reprimirlas con indiferencia: —¡Espero que no te arrepientas!
«¡Mamá!
¡Sé que me equivoqué!
Pero es demasiado tarde...».
Mi madre colgó.
Miré a Simón un poco enfadada.
Con el celular en la mano, él se mofó, desconcertado: —¿Qué demonios les ha dicho Rosa? ¿Por qué todas me dijeron que no me arrepintiera?
Jazmín sollozó de repente: —Les habrá dicho que es mi culpa, siempre habla mal de mí a Carolina. Además, intentó echarme de casa y de la empresa una y otra vez, no quiere que tenga una vida en paz, es una zorra...
Simón miró fija y severamente a Jazmín.
Esta se sobresaltó y guardó silencio ante su mirada, y rápidamente bajó las cejas y sonrió con inocencia, como si fuera otra la que me insultó hace un segundo.
Simón, de pie alló, tenía el rostro ensombrecido.
Unos instantes después, salió y, su figura, que hacía unos instantes había estado tranquila y firme como una montaña, ahora tropezaba con un atisbo de ansiedad.
Claramente le oí murmurar para sí: —¡Rosa, siempre has sido fuerte, no te puede haber pasado nada!