Capítulo 7
Mi madre abrió la puerta.

Al instante quise ir a abrazar a mi madre.

Pero entonces recordé la expresión de dolor en la cara de Simón cuando atrevesé su cuerpo.

No quería que mi madre pasara por eso.

Lo único que pude hacer fue acercarme lentamente a ella y sentir un poco de su calidez.

Cuando vi que le crecían las canas y que su rostro estaba demacrado, supe que debía de haber tenido un arrebato emocional y que su pena estaba en su punto álgido.

Mi madre vio a Simón y, de repente, le fulminó con la mirada, gritando: —¡Fuera!

Simón evitó que la cerrara, y rogaba: —¡Susana, por favor, déjame ver a Rosa!

Mi madre se sorprendió y dijo: —¿Y tienes el descaro de querer verla? Si la hubieras querido y cuidado, no la habrías dejado morir sola en el frío suelo.

Los dedos de Simón empezaron a temblar ligeramente mientras estrechaba los labios y decía: —Es culpa mía por no saber distinguir la verdad, todo es culpa mía, por favor, solo déjame ver a Rosa por última vez...

De repente, mi padre salió
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