Carlos me vio acercarme y simuló levantarse para ir conmigo de regreso al dormitorio.
Lo sujeté del hombro, obligándolo a quedarse sentado mientras yo me recostaba sobre él, como si él me estuviera cargando.
Extendí los brazos para quitarle el teléfono de las manos, y fue entonces que noté que su pulsera, esa que solía llevar siempre en la muñeca, ya no estaba.
—¿Y tu pulsera? —le pregunté.
Él levantó la muñeca, mirándola, y al bajarla me dio unas palmaditas en el brazo, —Hace bastante que dejé de usarla.
Me sorprendió.
Esa pulsera era algo que, incluso si la olvidaba en la casa antigua, volvía a buscar. ¿Será que, después de su relación con Sara, ya no la necesita?
Pero al ver que no parecía de buen humor, decidí no insistir en el tema.
—¿Estoy afectando a la empresa?
Carlos se frotó el entrecejo, exhausto, recostándose contra el respaldo del sofá y cerrando los ojos. Me acerqué por detrás y comencé a masajearle las sienes.
No respondió, y yo tampoco insistí; solo una tenue