En el centro del claro, sesenta y cinco cuerpos cubiertos por mantos oscuros yacían en fila, cada uno con una flor blanca sobre el pecho. Guerreros, todos caídos en la guerra por liberar el reino del dominio de Draven.
Aleckey observaba en silencio. Vestía un pantalón de cuero y su capa de piel de oso. En su cabeza, una corona de oro blanco con un único zafiro, enorme e imponente. Su cabello rojo estaba trenzado hacia atrás, y su ojo único brillaba con la intensidad de un lobo en la oscuridad. El otro permanecía cubierto por una tela oscura, un recuerdo perpetuo de la batalla que casi le costó la vida.
La luna, Calia, se mantenía detrás, envuelta en una capa gris que ocultaba su figura delgada tras el parto. Su hijo estaba en brazos de Luz, y aunque intentaba mantener la compostura, su alma temblaba por dentro. A su lado, Aria y la luna de Calyx ofrecían oraciones en voz baja, entrelazando los dedos por respeto.
—¿Estás listo? —preguntó Asher, cruzando el campo para posicionarse junto