141. LA AMENAZA DE LOS ALFAS REALES
RUFÉN:
Artemia gritó algo, pero ya no entendía las palabras. Solo veía sus ojos, esos malditos ojos dorados que me miraban con una desesperación que me destrozó más que cualquier veneno.
—No es demasiado tarde —murmuré, aunque ya no sabía si eran mis labios o mi mente los que hablaban.
Desperté con un jadeo desgarrador que rasgó la quietud que me envolvía. La luz de la luna me daba directamente en el rostro. Estaba tirado en el mismo bosque, pero algo era diferente. El frío ya no me mordía la piel. Mi cuerpo estaba flácido, pero no muerto. El veneno había cumplido su parte del trato.
—Lo logramos —murmuró mi lobo, su voz resonando débil pero viva dentro de mí.
Elevé una mano temblorosa y toqué mi pecho, asegurándome de que seguía entero. Me tomó unos segundos levantarme, tambaleando como un recién nacido, mientras buscaba algún indicio de Artemia o de aquel maldito brujo.
El aire estaba cargado, lleno de ese hedor que solo la magia oscura podía dejar atrás. Las hojas caídas