Apenas el sol asomaba en el horizonte cuando el vasto campo de entrenamiento del territorio de Dimitri se llenó de movimiento. Lobos en sus formas humanas afilaban dagas de punta de plata, ajustaban armaduras de cuero, contaban flechas forjadas en el mismo material. Hombres y mujeres jóvenes, endurecidos por años de entrenamiento, ahora se alistaban para una guerra de la que muy pocos, quizás, regresarían.Cuatro de las manadas que Aleckey había visitado la de Tybalt Stormfang, Toren Blackbrook, Calyx Fenraven y Cohen, quien ahora lideraba la manada del noreste habían respondido al llamado. Cada una había enviado entre diez y quince de sus mejores lobos. Además, Sitara, siempre astuta y peligrosa, había traído consigo a sus diez guerreros más letales, liderados por Roan.La fuerza de Aleckey crecía. Un centenar de guerreros se alzaban ahora en nombre de su rey caído y resurgido, dispuestos a dar su vida por él.Desde una terraza elevada, Calia observaba todo, envuelta en una capa grue
Un bajo gemido escapó de los labios de Calia al momento de alcanzar su orgasmo, seguido minutos después por el rey alfa, quien dejó pequeños besos esparcidos por su cuello, reconociéndola como suya en cada roce. Se recostó junto a ella, sintiendo cómo Calia, buscando su calor, acomodaba su cabeza sobre su fuerte torso, dejando que el sonido firme y constante de su corazón la arrullara.El amanecer llegó demasiado pronto. Un golpe suave en la puerta los sacó de su momento íntimo.Calia deseó, con todo su ser, poder quedarse allí, aferrada a su calor, a su vida, lejos del mundo que pedía sangre, pero no había lugar para sueños dulces aquel día.El rey alfa la envolvió con su brazo, como si pudiera detener el paso del tiempo sólo con su abrazo. Abrió los ojos dorados, centellantes en la penumbra, y la miró durante unos segundos antes de hablar.—Es hora —murmuró.La palabra cayó como una piedra en el silencio.Ambos se levantaron sin prisas, vistiéndose en un ritual casi solemne. Calia
Draven tenía a Aleckey sujeto con sus fauces, presionando con fuerza brutal el cuello del rey lobo. La sangre corría entre sus mandíbulas, y un gruñido triunfal retumbaba en su garganta. Aleckey, atrapado, sus patas arañaban el suelo buscando espacio, buscando aire... buscando una oportunidad.El rey no le quedó más de otra que regresar a su forma humana, y con sus palmas abierta, descargó toda la furia contenida. Una oleada de energía abrasadora golpeó de frente a Draven, y un rugido agónico rasgó el cielo, ya que Aleckey había quemado con su magia la mitad del rostro de su hermano, arrancándole la carne, dejando hueso al descubierto, tiznando su pelaje de rojo y negro.Draven retrocedió tambaleándose, soltando un aullido de furia y dolor, y cayendo sobre sus patas, tratando de sacudirse las llamas invisibles que devoraban su carne.Aleckey, por su parte, cayó de rodillas, jadeando, su cuerpo temblando de esfuerzo y dolor. Estaba desnudo, cubierto de heridas abiertas, sangre seca y n
Draven, estaba iluminado por la luz que se colaban por los árborles, sus heridas abiertas, la sangre que goteaba en el barro húmedo, el vapor que salía de su hocico cada vez que jadeaba. Su forma lobuna estaba destrozada: la mitad del rostro quemado por el poder de Aleckey, una oreja desgarrada, la piel del flanco abierta por el roce de garras. Apenas podía mantenerse en pie, y sin embargo corría. No por honor. No por venganza.Corría para no morir, como todo un cobarde.El crujido de ramas bajo sus patas fue lo único que lo alertó, y fue demasiado tarde.Un silbido cortó el aire. Algo metálico brilló en la penumbra y de pronto, una red gruesa cayó sobre él como un telón de muerte, Draven sintió el ardor en la piel incluso antes de tocar el suelo. Plata. No era cuerda común, ni una simple trampa. Era un artefacto hecho para capturar a hombres lobos.Draven aulló, una mezcla de furia y dolor, cuando el metal ardiente le perforó el lomo. Intentó incorporarse, pero otras redes cayeron so
En el centro del claro, sesenta y cinco cuerpos cubiertos por mantos oscuros yacían en fila, cada uno con una flor blanca sobre el pecho. Guerreros, todos caídos en la guerra por liberar el reino del dominio de Draven.Aleckey observaba en silencio. Vestía un pantalón de cuero y su capa de piel de oso. En su cabeza, una corona de oro blanco con un único zafiro, enorme e imponente. Su cabello rojo estaba trenzado hacia atrás, y su ojo único brillaba con la intensidad de un lobo en la oscuridad. El otro permanecía cubierto por una tela oscura, un recuerdo perpetuo de la batalla que casi le costó la vida.La luna, Calia, se mantenía detrás, envuelta en una capa gris que ocultaba su figura delgada tras el parto. Su hijo estaba en brazos de Luz, y aunque intentaba mantener la compostura, su alma temblaba por dentro. A su lado, Aria y la luna de Calyx ofrecían oraciones en voz baja, entrelazando los dedos por respeto.—¿Estás listo? —preguntó Asher, cruzando el campo para posicionarse junto
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es
Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se