Me desperté tarde, más de lo habitual, pero tuve tiempo de sobra para ducharme y organizarme la maleta. Me sobró tiempo hasta para ir a comprar y dejar algunas comidas sanas en la nevera para que mi padre dejara de comer pizzas y fritos.
—Mierda —murmuré cuando cogí mi maleta por el asa—. ¡Papá! —grité y apareció en el cuarto. Los dos miramos lo rota que estaba.
—Creo que puedo pegarle la rueda. Espera.
Consiguió pegarla, la envolvió en cinta marrón y quedaba horroroso, ya tampoco giraba y cada vez que la intentaba arrastrar se quedaba trabada, pero era eso o llevar mis cosas en brazos.
Mi padre me dejó en el aeropuerto a las diez y media de la noche y me acompañó hasta el último control que pudo. Nos despedimos hasta las vacaciones de primavera y le aseguré que, al aterrizar, le mandaría un mensaje. Y lo hice mientras esperaba a mi maleta. Esa vez tuve suerte y nada se había roto a parte de la rueda que volvía a sacudirse.
En cuanto atravesé las puertas automáticas de la salida, lo