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DANTE

Su padre llamó al día siguiente, Maya todavía estaba dormida así que cogí su teléfono. Me lo temí.

—He visto lo de esa revista —dijo.

—No era ella —dije de mala gana.

Era temprano, ¿iba a soportar esas gilipolleces todos los putos días?

—Lo sé. Reconozco a mi hija. Sólo llamaba para ver si ella estaba bien.

Salí de la cama y le subí la sábana hasta el cuello. Ella ni se movió, dormía mucho más con la excusa del embarazo. Bajé a la cocina con su teléfono.

—No lo sabe. No quiero que se entere.

—Vale, me parece lo mejor —aceptó.

—¿Vas a hacer algo?

—Estoy en ello.

La línea se quedó en silencio y escuché como Maya me llamaba, no tardaría en aparecer por la cocina. Me despedí de su padre y dejé su teléfono sobre la encimera. Apareció en pocos segundos, cuando preparaba la cafetera. Me regaló una sonrisa y arrastró los pies hasta mi lado.

—Hola —murmuró con la voz adormilada.

Estiré el brazo para que se acobijara a mi lado. Se dejó caer en mí con los ojos cerrados.

—Hola. No tenías
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