Clara se despertó tarde. La noticia le había dejado una resaca emocional difícil de sacudir, y el test positivo, oculto dentro de un libro en su mesita de noche, era una verdad demasiado grande para digerir de golpe.
Se quedó sentada en la cama, con las piernas cruzadas y las manos sobre el vientre todavía plano. No había náuseas esa mañana, pero sí una punzada insistente en el pecho. Miedo, esperanza tal vez. O una mezcla indescifrable de ambos.
No sabía qué iba a hacer.
No sabía si era prudente decirle a su madre.
No sabía si debía contarlo en absoluto.
Martina se había marchado tarde la noche anterior, luego de convencerla de comer algo caliente y prometer que estarían con ella pasara lo que pasara. Clara agradecía su cariño, pero también necesitaba estar sola. Pensar. Respirar.
Se duchó, se vistió sin demasiadas ganas y bajó a la cocina. El piso de Paula aún le resultaba ajeno, aunque la calidez en los detalles dejaba claro que su amiga había querido que se sintiera cómoda. El olo