Había pasado un mes desde aquella mañana en la que lo perdió todo.

Un mes desde que Gonzalo la miró con desprecio, desde que la empresa la expulsó con pruebas que ella no pudo rebatir, desde que sus cosas quedaron en la calle como basura. Desde entonces, los días se sucedían como cuentas de un rosario interminable, marcados por silencios, miradas compasivas y el aroma constante del café que Paula preparaba cada mañana.

Las investigaciones seguían, al menos eso le había dicho don Rafael en una breve llamada que ella apenas supo cómo procesar. No tenía fe en nada. Ni en la justicia, ni en los hombres, ni siquiera en sí misma.

Pero ahora, algo más comenzaba a inquietarla.

No era solo el insomnio o el nudo constante en la garganta. Era su cuerpo. Su ciclo, puntual como un reloj suizo, no había aparecido este mes. Y no era la primera vez que se lo preguntaba, pero ahora la sospecha crecía. Las náuseas matutinas, los olores que antes ni notaba y ahora la hacían torcer el estómago, la fatiga…