El juez invitó a todos a ponerse de pie mientras retomaban el juicio. En el aire flotaba una sensación tensa, densa, como si todo el peso del mundo se estuviera concentrando en ese momento. Ethan, con la vista fija en el rostro imperturbable del juez, sintió que cada segundo que pasaba lo arrastraba un poco más cerca del borde de un abismo del que ya no sabía si podría regresar.El juez comenzó a hablar con su tono firme, imparcial, como un reloj que sigue su curso sin importar lo que suceda alrededor. Mencionó cuestiones prácticas, detalles técnicos sobre el proceso judicial y las pruebas presentadas. Ethan, sin embargo, no escuchaba. El sonido de su voz le llegaba distorsionado, como si fuera parte de un sueño del que no podía despertar. Su mente estaba fija en lo único que realmente importaba, la sentencia que se avecinaba.Finalmente, el juez dijo las palabras que Ethan había estado esperando, o más bien, temiendo, durante todo el juicio.—Después de considerar los argumentos prese
El motor seguía vibrando cuando Ethan detuvo el coche frente a su casa. Sus dedos apretaban el volante con tal fuerza que sus nudillos se pusieron blancos, y el pulso en sus muñecas retumbaba con cada latido. El silencio que lo rodeaba era brutal, como si el mundo entero se hubiera desvanecido. No podía concentrarse, no podía pensar. Sólo había una urgencia en su mente: bajar del coche y llegar hasta Adrián.En cuanto empujó la puerta, un grito desgarrador perforó el aire, un grito que se clavó en su pecho como una daga afilada.—¡PAPAAAAA!Era la voz de Adrián. La misma voz que solía ser dulce y llena de risas, ahora quebrada, llena de desesperación y miedo. El sonido era tan penetrante que el cuerpo de Ethan se tensó de inmediato. Corrió hacia la entrada sin pensar, sin dudar. Su respiración era errática, con su mente nublada por el pánico, pero sus pies avanzaban, guiados por una única verdad: tenía que llegar a su hijo, a toda costa.Adrián estaba allí, en la entrada, forcejeando
Ethan entró en la mansión con el corazón latiendo desbocado, el sudor empapando su frente, y una sensación de pavor recorriéndole las venas. Había algo en el aire que le hacía sentir que todo estaba fuera de lugar, que la paz de la casa ya no existía. Cada paso que daba parecía más pesado, como si el suelo estuviera absorbiendo el peso de sus pensamientos y su dolor. Al abrir la puerta principal, el eco de sus pasos se hacía cada vez más ruidoso, como un presagio que se intensificaba con cada centímetro que avanzaba.—¡Ava! —gritó desesperado, con su voz rota por el miedo, esperando que la silueta de su amada apareciera en la esquina del pasillo. Nada.Nada más que un silencio profundo que retumbaba en su pecho.Caminó por la mansión vacía, recorriendo cada habitación, pero cada espacio estaba vacío. La familiaridad de cada rincón ya no era acogedora, todo estaba impregnado por una sensación de abandono, de desolación que le apretaba el corazón y le hacía respirar con dificultad. En s
Ethan había dejado de contar los días. No porque no le importaran, sino porque dolían. Desde la desaparición de Ava, el tiempo había perdido significado. Las manecillas del reloj se movían, el sol salía y se ocultaba, pero para él todo era igual: un eterno abismo sin ella. Al principio había intentado buscarla con desesperación, pero conforme los días se volvían semanas, y las semanas meses, su esperanza se convirtió en hielo. Se endureció, se volvió distante. La calidez que una vez Ava le despertó, había desaparecido con ella.El cambio era evidente para todos. Ethan Moerou, el magnate reconocido por su astucia y temido por su frialdad en los negocios, había regresado a su estado original. Aún más implacable. Sus empleados temblaban con cada instrucción, sus decisiones eran tajantes, y su tono, cortante como una navaja. Ni siquiera Arthur, su asistente y amigo de años, lograba suavizar su humor. Cada intento de conversación personal era recibido con silencios incómodos o respuestas f
A kilómetros de distancia, en una ciudad más pequeña y discreta, Ava observaba la imagen desde la pantalla de su celular. Era la fotografía de la gala, la que se había viralizado: Ethan, Helena y Adrián, sonriendo. La imagen había sido tomada en uno de esos momentos fugaces, donde las cámaras capturan las sonrisas perfectas y los gestos de felicidad, ignorantes de lo que se oculta detrás de ellas. Los dedos de Ava se deslizaron sobre el rostro de Adrián en la pantalla. Lo acarició con ternura sobre la superficie fría del cristal, como si pudiera traspasarla, como si pudiera sentir su presencia más allá de la distancia que los separaba.—Estás feliz —susurró con una sonrisa nostálgica, como si, a través de la imagen, pudiera percibir la dicha que irradiaban. Un sentimiento agridulce la invadió, una mezcla de satisfacción y desconsuelo. Había hecho lo correcto, aunque eso no la libraba de la tormenta emocional que se desataba en su interior.Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. No
—¡Donkan! —gritó con firmeza, levantándose rápidamente de la banca donde estaba sentada. No había tiempo para seguir con sus pensamientos; el niño estaba a punto de cruzar la calle. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia él, con el corazón en la garganta, alcanzándolo justo a tiempo. Lo abrazó con fuerza, llevándolo de nuevo al centro del parque.—¿Por qué gritas? —le preguntó con preocupación y exasperación. Donkan, alzó los hombros, tan tranquilo como si no hubiera hecho nada fuera de lo común.—Estaba jugando, Ava. Pero ¿por qué te pones tan seria? —respondió, mirando sus ojos con curiosidad.Ava no respondió, simplemente lo abrazó más fuerte, sintiendo un nudo en el estómago. Algo dentro de ella temía por su seguridad, por todo lo que estaba por venir. Un mar de emociones y dudas la invadió. No tenía respuestas para sí misma, mucho menos para Donkan.Esa tarde, al regresar a su casa, el sentimiento de incomodidad la envolvía aún más. Algo estaba en el aire, algo extraño, como si el
Ava seguía entre los brazos de Ethan, incapaz de detener el llanto que brotaba de su pecho con fuerza. Sus manos se aferraban a la espalda de él como si temiera que desapareciera en cualquier momento. No podía creerlo. Ethan estaba ahí. Había venido por ella. Había encontrado el camino de regreso.Ethan, sin soltarla, apoyó su mejilla sobre la cabeza de Ava y respiró profundo. Su cuerpo aún temblaba, no por el frío, sino por la cantidad de emociones que lo atravesaban al mismo tiempo. Su corazón latía con fuerza. Su mente apenas podía procesar lo que estaba viviendo. Y sin embargo, ahí estaba ella, en sus brazos, llorando como si todo el dolor del mundo se le hubiera acumulado en el pecho.—Ya está, Ava, ya está —dijo en voz baja, con ternura, acariciándole el cabello despacio—. Estoy aquí, mi amor. Ya no me voy a ir. Te lo prometo. Nunca más.Ava hundió el rostro en su pecho, empapando su camisa con lágrimas. Le costaba hablar, le costaba respirar. Solo quería quedarse así, abrazada
Ethan soltó una risa suave cuando Ava, entre lágrimas y carcajadas, le dijo que eran las hormonas. Con delicadeza le pasó el pulgar por la mejilla y besó su frente con ternura.—Entonces vamos a casa, ¿sí? —murmuró él, aún abrazándola con fuerza.Ava asintió despacio, y él la guió hacia el coche, tomando también la mano de Dunkan, quien se acomodó felizmente entre ambos. El trayecto fue en silencio, pero no de esos silencios incómodos, sino de esos llenos de pensamientos, de emociones que no necesitan palabras para ser comprendidas.Cuando llegaron, Ava bajó lentamente y miró alrededor. El aire de ese lugar le resultaba familiar, cálido, casi como si el tiempo no hubiera pasado. Al entrar, su corazón dio un vuelco. La casa estaba casi igual a como la recordaba. La cocina con sus azulejos azules, los dibujos que una vez pegaron en la nevera, la alfombra en la sala donde solían jugar con los niños. Sonrió, pero esa sonrisa estaba cargada de nostalgia. Había tanto amor ahí, y al mismo ti