La tensión en el aire era densa, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en esa plaza, esperando que algo estallara. La gente que pasaba por allí parecía ajena al drama que se estaba desarrollando frente a sus ojos, ignorante de los cuchillos invisibles que se clavaban en cada palabra, en cada mirada cargada de reproche. La conversación entre Ethan y Helena había alcanzado un punto crítico, uno del que no había retorno. La rabia y el dolor se filtraban en cada gesto, en cada palabra que se intercambiaba.
Helena, con una sonrisa irónica en los labios, miraba a Ethan como si estuviera observando a un niño que no entendía las reglas del juego. Su expresión era una mezcla de desafío y una tranquilidad calculada. Ella sabía lo que estaba haciendo, lo había planeado todo. Y por un momento, incluso pareció disfrutar de esa tensión, de la incertidumbre que llenaba el espacio entre ellos.
—No firmaré el divorcio —dijo, con su voz calmada pero llena de firmeza—. Quiero pasar más tiempo con