DOS

El reflejo de Aurah en el espejo le devolvió una mirada insegura. Llevaba dos horas probándose ropa, con el suelo de su pequeño apartamento convertido en un campo de batalla de prendas descartadas. Su presupuesto no daba para algo nuevo, así que tendría que improvisar.

Finalmente se decidió por un vestido negro que su hermana le había prestado en Navidad. Era sencillo pero elegante: se ajustaba a sus curvas sin resultar vulgar, con un escote que insinuaba lo justo y una abertura lateral que mostraba sus piernas cuando caminaba. Lo combinó con los únicos tacones decentes que tenía, unos pendientes de plata y el cabello recogido en un moño bajo que dejaba algunos mechones sueltos enmarcando su rostro.

—Solo es trabajo, Aurah, solo es trabajo —se repitió mientras aplicaba un toque de color a sus labios.

Mientras se dirigía a El Jardín en taxi, repasaba mentalmente los puntos de la campaña Esmeralda. No podía permitirse parecer insegura, no esta noche. Esta era su oportunidad.

El restaurante era tal como había imaginado: techos altos, luz tenue proyectada por lámparas de cristal, mesas espaciadas para garantizar intimidad a los comensales. Un pianista tocaba una suave melodía de jazz en un rincón. El maître la recibió con un gesto cordial.

—Estoy con el grupo de Luxus Creative —dijo Aurah con una seguridad que no sentía.

—Por supuesto, señorita. El señor Moreau y sus invitados la esperan en el reservado del fondo.

Mientras la seguía, Aurah respiró profundamente, tratando de calmar los nervios que le cerraban el estómago. Divisó a Ashton antes de que él la viera a ella. Llevaba un traje oscuro que contrastaba con su camisa gris perla, sin corbata, con el primer botón abierto. Hablaba con dos hombres y una mujer, gesturando ligeramente mientras sostenía una copa de vino tinto. Los ejecutivos de Esmeralda, supuso.

Cuando la vio acercarse, Ashton detuvo momentáneamente la conversación. Su mirada la recorrió de arriba abajo tan rápido que nadie más pareció notarlo, pero Aurah lo sintió como si hubiera deslizado sus dedos por toda su piel.

—Aurah, bienvenida —dijo, usando su nombre de pila por primera vez delante de otros—. Te presento a Marcos Herrera, CEO de Esmeralda, Javier Lozano, su director de marketing, y Carolina Vega, jefa de producto.

Aurah estrechó las manos de todos con una sonrisa profesional.

—Un placer conocerlos. He seguido de cerca la evolución de Esmeralda desde su lanzamiento.

—Ashton nos comentaba justo que tienes una perspectiva interesante sobre nuestro público femenino —dijo Carolina, evaluándola con interés.

—Me gusta observar comportamientos, no solo datos —respondió Aurah aceptando la copa de vino que un camarero le ofrecía.

La cena transcurrió entre conversaciones de negocios y anécdotas del sector. Aurah habló cuando tenía algo relevante que aportar, casi siempre recibiendo miradas de aprobación de Ashton, que parecía sorprendido por su conocimiento del mercado.

Marcos y Javier se marcharon cuando terminaron el postre, alegando que tenían que madrugar para un vuelo, pero Carolina se quedó un rato más, pidiendo otra copa y extendiendo la conversación. Era una mujer atractiva, de unos cuarenta años, con la confianza que da el éxito. Aurah notó cómo se inclinaba ligeramente hacia Ashton cuando hablaba, cómo tocaba ocasionalmente su brazo al reír. Le sorprendió la punzada de celos que sintió.

—Creo que ya es hora de irnos —dijo finalmente Carolina, mirando su reloj—. ¿Compartimos taxi, Ashton? Mi hotel está cerca del tuyo.

Aurah contuvo el aliento, fingiendo interés en los últimos sorbos de su copa.

—Gracias, Carolina, pero tengo algunos detalles que quiero repasar con Aurah sobre la presentación de mañana —respondió él con tono neutro—. Te acompañamos fuera.

Después de despedirse de Carolina, que no disimuló su decepción, Ashton y Aurah se quedaron solos frente al restaurante. La noche era fresca, y Aurah se abrazó a sí misma, lamentando no haber traído un abrigo.

—Espera —dijo Ashton, quitándose la chaqueta de su traje y colocándola sobre los hombros de ella.

El calor de la prenda, impregnada con su aroma, envolvió a Aurah como una caricia.

—Gracias —murmuró, intentando ignorar la proximidad de sus cuerpos—. ¿De verdad quieres repasar la presentación ahora? Porque podemos hacerlo maña...

—No —la interrumpió él con una pequeña sonrisa—. Era solo una excusa.

Ashton miró a su alrededor, como si buscara las palabras adecuadas.

—Conozco un sitio cerca de aquí. Un bar tranquilo donde podemos hablar. Si te apetece, claro.

Aurah sabía que debería decir que no. Que mezclarse demasiado con su jefe después de las horas de trabajo podía ser peligroso. Pero también sabía que iba a decir que sí desde el momento en que él la había mirado al entrar al restaurante.

—Me apetece.

Caminaron en silencio por calles cada vez menos concurridas hasta llegar a un pequeño local con una puerta discreta y un letrero sencillo que decía "Jazz & Co." Al entrar, Aurah se encontró en un espacio íntimo con mesas de madera oscura, sofás envejecidos pero elegantes, y un pequeño escenario donde un trío de músicos tocaba suavemente. Apenas había una docena de personas, todas absortas en sus propias conversaciones.

—Vengo aquí cuando necesito pensar —explicó Ashton mientras les acompañaban a una mesa apartada—. Nadie del mundo de la publicidad suele frecuentarlo.

Pidieron whisky, y cuando les sirvieron, Ashton levantó ligeramente su vaso.

—Por tu primer día como parte del equipo creativo.

Aurah sonrió, chocando su vaso con el de él.

—¿Esto significa que ya no soy tu secretaria?

Ashton la miró a los ojos mientras bebía un sorbo.

—Significa que he estado desaprovechando tu talento. No lo haré más.

—¿Por qué ahora? —preguntó ella, incapaz de contenerse—. Llevo tres meses intentando que alguien me tome en serio.

Ashton bajó la mirada hacia su bebida, haciendo girar el líquido ámbar.

—Porque hoy te atreviste a interrumpirme —respondió con sinceridad—. La mayoría de la gente que me rodea asiente a todo lo que digo. Tú no. Y después demostraste que tenías razón.

La observó de una manera que hizo que Aurah sintiera un calor súbito extenderse por su cuerpo.

—Me gusta la gente que sabe lo que vale, Aurah. No hay suficientes personas así.

El uso de su nombre, la intimidad del lugar, el alcohol... todo contribuía a crear una atmósfera donde las reglas habituales parecían suspendidas.

—¿Y tú sabes lo que vales, Ashton?

La pregunta quedó flotando entre ellos. Por un instante, algo vulnerable cruzó la mirada de Ashton.

—Demasiado bien —respondió con un tono que sugería que eso no siempre era una ventaja—. Pero no estamos hablando de mí. Cuéntame, ¿por qué marketing? ¿Por qué Luxus?

Durante la siguiente hora, la conversación fluyó como si se conocieran desde siempre. Aurah le habló de su familia, de cómo su padre trabajaba en una imprenta y le había transmitido la pasión por las imágenes y las palabras. De sus tres hermanos mayores, todos dedicados a oficios prácticos, y cómo ella había sido la primera en ir a la universidad. De su sueño de crear campañas que llegaran al corazón de la gente.

Ashton, por su parte, se abrió más de lo que esperaba. Le contó sobre su infancia como hijo de artistas bohemios, siempre viajando, aprendiendo idiomas y culturas. Sobre cómo había encontrado en la publicidad un puente entre el arte que le habían inculcado y el orden que ansiaba.

—Mis padres nunca entendieron por qué elegiría ponerme traje y trabajar en una corporación —dijo con una sonrisa irónica—. Para ellos, vendí mi alma al sistema.

—¿Y lo hiciste? —preguntó Aurah, inclinándose ligeramente hacia él.

La música había cambiado a algo más lento, más íntimo. Los músicos tocaban ahora una balada que envolvía la sala en un manto de nostalgia.

—A veces me lo pregunto —respondió, y su mirada se desvió hacia los labios de Aurah por un instante—. Pero luego recuerdo que el arte sin propósito solo habla para sí mismo. Yo quería hablar para otros.

La mano de Ashton se movió sobre la mesa hasta rozar la de Aurah. Un contacto sutil: sus dedos apenas acariciando los nudillos de ella. Un gesto tan leve que podría haber sido accidental, pero la manera en que sus ojos se clavaron en los suyos dejaba claro que no lo era.

La respiración de Aurah se aceleró. El tiempo pareció detenerse mientras los dedos de Ashton dibujaban pequeños círculos sobre su piel. La caricia duró apenas unos segundos antes de que él retirara su mano.

—No quiero complicaciones, Aurah —dijo en voz baja, como si confesara un secreto—. No dentro de Luxus. Es una norma que me he impuesto.

Aurah sintió una mezcla de decepción y alivio. Sabía que involucrarse con su jefe solo podría traer problemas. Y sin embargo, nunca había deseado tanto algo como que esos dedos volvieran a tocarla.

—Es lo más sensato —acordó, intentando mantener su voz estable—. Somos adultos profesionales.

—Exacto —dijo Ashton, pero su mirada contradecía sus palabras.

El camino de vuelta en taxi transcurrió en un silencio cargado de tensión. Cuando llegaron al edificio de Aurah, Ashton insistió en acompañarla hasta la puerta "por seguridad". Subieron en el ascensor sin apenas mirarse, conscientes de cada centímetro que los separaba.

En el pasillo, frente a su puerta, Aurah se quitó la chaqueta de Ashton para devolvérsela. El movimiento hizo que quedaran más cerca de lo que habían estado en toda la noche.

—Gracias por la oportunidad —dijo ella, sosteniendo la prenda entre ambos como un escudo—. No te decepcionaré.

—Sé que no lo harás —respondió él, tomando la chaqueta, sus dedos rozando los de ella deliberadamente.

Se miraron durante lo que pareció una eternidad. Aurah podía sentir la respiración de Ashton, ver cómo su pecho subía y bajaba bajo la camisa. Por un momento creyó que iba a besarla, que todas las palabras sobre "no complicaciones" se desvanecerían entre sus labios.

Pero Ashton dio un paso atrás.

—Buenas noches, Aurah.

—Buenas noches... Ashton.

Cuando cerró la puerta tras ella, Aurah se apoyó contra la madera, con el corazón latiendo tan fuerte que temía que él pudiera oírlo desde el pasillo. Se llevó los dedos a los labios, imaginando lo que podría haber sido.

Al otro lado, sin que ella lo supiera, Ashton permanecía inmóvil, con la frente apoyada contra la puerta y los ojos cerrados, luchando contra el impulso de llamar.

Ambos sabían que aquello apenas había comenzado.

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