POV HERNÁN
El rugido de las criaturas aún retumba en el aire, pero no más fuerte que los latidos de mi propio corazón. Es un tambor furioso, golpeando contra mis costillas, impulsado por una mezcla de rabia y terror. Todo es caos alrededor: antorchas derribadas que pintan la oscuridad con chispas fugaces, sombras que se mueven como cuchillas vivas, aullidos que no suenan a manada, sino a algo mucho más oscuro, más primitivo y corrupto. Huelo la sangre fresca mezclada con el hedor a azufre que acompaña a esos renegados. Y, aun así, mi único foco es Clara y el pequeño latido que siento crecer dentro de ella, quienes absorben toda mi atención, toda mi desesperación.
—¡Clara, por favor! —le digo por tercera vez, con voz ronca, casi un gemido de súplica, tomándola por los brazos con más desesperación que fuerza. Aprieto sus codos, con la urgencia de que me escuche, de que entienda la magnitud de la amenaza—. ¡Tienes que irte ahora! ¡No hay tiempo!
Ella no cede. Está plantada frente a mí co