Esa noche, tras regresar de la exposición, Killian fue directo a buscar a su hermana. Indira estaba recostada en su habitación, como solía hacerlo en los últimos tiempos. No leía, no veía televisión, simplemente permanecía allí, absorta, dejando que las horas pasaran entre pensamientos pesados.
Al escuchar la puerta abrirse sin siquiera un golpe previo, levantó la mirada y vio a su hermano entrar con ese andar seguro y distante que tanto lo caracterizaba.
—Mañana quiero que te prepares muy bien —dijo sin rodeos—. Te voy a llevar conmigo a la exposición.
—¿A la galería? —soltó Indira—. No sé si es buena idea, Killian. No me interesa mucho eso del arte, y menos fingir que sé apreciarlo —contestó con tono desganado, mirando a otro lado.
—No necesitas fingir nada, solo quiero que vengas. Además, tengo una sorpresa para ti.
La palabra “sorpresa” captó su atención. Se incorporó un poco, frunciendo el ceño con desconfianza.
—¿Qué clase de sorpresa?
—Alguien quiere verte. Quiere hablar contig