Después, Jared volvió a estrecharla entre sus brazos, esta vez con una lentitud deliberada, como si cada segundo de ese contacto físico buscara dejar una huella.
Sus manos, grandes y pesadas, se deslizaron hasta su cabello, y comenzó a acariciarlo con una ternura fingida, mientras sus labios pronunciaban palabras que llevaban un tono sombrío, casi lúgubre, como si estuviera revelando no solo un pensamiento, sino una obsesión enquistada.
—Nadia… —expresó—. No tienes idea de cuánto te quiero. Eres… eres la persona más importante en mi vida.
La forma en que lo decía no era la de un hombre que simplemente expresaba afecto familiar. Había algo turbio en su tono, algo que desentonaba con lo que cualquier tío debería sentir por una sobrina.
—Tú eres la única que me comprende —agregó—. Ni mi madre, ni siquiera mi esposa me entienden. Nunca lo hicieron. Y mi hija… ya no vive aquí. Se fue con su esposo. Ahora… ahora solo estás tú, Nadia.
La abrazaba todavía y sus dedos seguían acariciando lent