Un par de escalones tras ellos, se extendía una sala pequeña y blanca de varias piezas, con cojines en negro que resaltaban elegantemente, había delicadas cortinas dejando entrar la claridad exterior y exhibiendo los verdes jardines; un par de lámparas sobre los burós y una vistosa mesa de centro, al fondo, se apreciaba una pequeña cantina con variedad de vinos y copas de cristal reluciente, y al costado de ésta, un amplio corredor que llevaba una puerta secundaria que era dirigida a una sección privada de ese jardín.
—Espera, espera — suplicó Emma cuando Dante comenzó a acariciar su cuerpo.
— ¿Por qué? — el cuestiono.
Emma jadeó y sonrió. — Tengo hambre — confesó.
El ojiazul resopló cansadamente. —Bien, si quieres cambiarte para ir a comer — sugirió.
Ella sonrió abiertamente y asintió. —Gracias — dijo alegremente.
Dante hasta ese momento rodó su vista por el lugar. —La habitación está arriba, ve, pediré que suban las cosas — dijo mientras se rascaba frustrado la mejilla.
La curvilíne