John bajó las escaleras a toda prisa, Amy iba tras él, cubierta por una manta
—¡Kenneth! ¡Kenneth, espera! —exclamó desesperada, pidiendo que se detuviera, él lo hizo, la miró con severidad
—¡He dicho que no soy más Kenneth! ¿Acaso no fui claro con que soy John? ¡Llámame John! —aseveró
Amy tenía los ojos cubiertos de lágrimas y asintió suavemente
—¿Por qué te comportas así?
—¡Ya mujer, no seas dramática!
Él tomó las llaves de la casa, ella lo miró incrédula
—¡¿A dónde vas?! ¡No puedes dejarme aquí! ¡Me iré, John! Me iré ya mismo.
Pero, John no le hizo ni caso, cerró la puerta en sus narices, y ella escuchó como le echó llave, Amy golpeó la puerta con furia, al notar que no podría salir.
Luego fue al jardín, la puerta corrediza estaba abierta, pero notó que había un portón, que seguro tendría llave.
Sus fuerzas se desvanecieron y se sentó sobre el suelo de madera, enrollada en aquellas mantas, llorando, desolada
—¡¿Por qué John o Kenneth? ¡Quién maldito seas! ¿Por qué me hace