—¿Qué más da? Ni payo ni señorito… ni siquiera un calorro…— replicó con desprecio para luego exhalar un suspiro de resignación—… Un mestizo y nada más… es lo que se gana por ser hijo de una calorra y un payo… ¿Qué más da?
Quizás, sonaba desalentador para quien lo oyera. Pero eso no era nada más que la mera y cruel verdad. Él no era más que un simple mestizo que jamás sería aceptado por completo entre los payos. Ni entre los calorros.
Quizás, algo de su tono de voz o sus palabras le disgustaron o preocuparon a Lorette. No estaba seguro, pero creía que algo de lo que había dicho hizo eco en la mente de la joven, quien se detuvo para observarlo por encima del hombro.
Por un momento, vio los ojos verdes de ella brillar, con la actitud de quien estuviera viendo a través de él y no solo lo que él quería mostrar en la superficie. Por un momento, se sintió desnudo delante de ella.
Desvió la mirada, intentando ocultar su incomodidad. Buscó en su mente, cualquier excusa para desviar la