Desde la primera vez que presentó a su amante en la familia Herrera, Doña había desviado la mirada con un gesto de desaprobación. Incluso se lo había dicho con toda claridad en varias ocasiones. Alejandro amaba profundamente a su madre. La respetaba, al igual que a su padre, y seguía al pie de la letra los antiguos valores que regían su apellido.
Para Alejandro, la familia era el tesoro más valioso que poseía.
Por eso aceptó casarse con Valentina: para preservar el equilibrio, para no causar una grieta en el linaje. Aunque eso significara traicionar su propio corazón… o el de otra mujer.
—Mama extraña cocinar contigo, Valen —dijo Doña en medio de una carcajada cálida—. Tienes que mantener el ánimo para recuperarte, hija. Rezo cada día para que vuelvas pronto. Así podremos cocinar juntas de nuevo. Enséñame a preparar algo rico, ¿sí? Así tu papá dejará de quejarse de comer siempre fuera de casa.
Valentina rió con suavidad.
—Claro, Ma. Me gusta mucho la forma en que el doctor Julián Álvar