Camila frunció el ceño. Claro que lo sabía. Cada año recibía la invitación, y cada año inventaba una excusa distinta para no asistir. No soportaba ver la farsa de aquella noche: Alejandro Herrera, dueño de Soho Group, irradiando elegancia, con su esposa perfecta del brazo, sonriendo a todos con esa dulzura impostada que solo él podía inspirar. La paloma dorada de los Herrera, la llamaban. Mientras tanto, ella… solo era una invitada más.
Por eso evitaba ese evento a toda costa: fingía tener sesiones en otra ciudad o compromisos imposibles de mover.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —preguntó Camila finalmente, sin apartar los ojos de él.
Tama sonrió con superioridad.
—¿De verdad quieres que te lo diga tan claro? —respondió con un tono burlón.
Camila no dijo nada. Él aprovechó el silencio para continuar.
—He sabido que últimamente has logrado entrar en esa casa. La mansión Herrera. No fue por casualidad, ¿cierto?
El tintinear de la taza al tocar el platillo acompañó sus palabras. En el