—¿Podemos hablar? —preguntó Alejandro, siguiendo los pasos de Valentina hacia su habitación.
La mujer no pidió ayuda en ningún momento ni pronunció una sola queja. Subía despacio las escaleras, apoyándose con suavidad en el bastón que tanteaba cada peldaño, uno por uno. Desde atrás, Alejandro la observaba con una mezcla de respeto y asombro. A pesar de todo lo que había pasado, Valentina seguía siendo increíblemente independiente.
Cuando se enteró de su condición, Alejandro se había sentido perdido. No solo él, toda la casa lo había estado. Valentina, que antes era tan dulce y paciente, se transformó en una mujer dominada por la rabia, incapaz de controlar su propio dolor. Gritaba, rompía cosas, maldecía entre sollozos… hasta que las terapias comenzaron a dar resultado. Poco a poco, fue recobrando la calma.
Volvió a ser la Valentina atenta y cariñosa, pero solo con algunos. Con Alejandro, en cambio, era fría, inaccesible, como si el vínculo entre ellos se hubiera roto para siempre. Ant