El olor de Derek era varonil, fresco y poderoso. Me nublaba el juicio. Respiré profundo, siendo consciente que mi nariz comenzaba a congestionarse por el llanto, pero me negaba apartarme de su calidez.
Enterré la cabeza entre su clavícula y el cuello, permitiéndome consentir.
Sus brazos alrededor de mi cintura era una firmeza que no me había dado cuenta que necesitaba. Era como si quisiese transmitirme su fuerza.
Mi brazo enyesado impedía que nuestro torsos hicieran contacto.
Fue agradable cuando su mano acarició mi espalda. Me reconfortaba.
Odiaba admitir que esto me gustaba demasiado y quería que fuera eterno.
―Ya, ya, ya pasó. Estás bien ―dijo, dudoso.
No estaba acostumbrada a ver a Derek sin palabras. Y él no estaba acostumbrado a consolar a las personas, por lo que veo.
Sentí una punzada en mi brazo y no fue tanto por el dolor, fue má