―No necesitas refutar. Diga lo que digas, sé que debo andar con pies de plomo a tu alrededor. Tú jamás perdonas a un traidor ―dije, decidida.
Siempre respeté el pensar de Derek e hice lo posible por buscar su perdón, ya que reconocía mi propio error. Pero era muy ingenua. Él jamás me perdonaría. La clase de gente como él y el señor Martín (prestamistas), no conocían la consideración.
Lo único que me quedaba era aceptar las condiciones y andar con cuidado para evitar ser demandada.
Quiso hablar, pero me estaba levantando antes que dijera cualquier otra cosa. Fue hacía mí y me ayudó a salir de la bañera.
Las mejillas me ardían de la vergüenza. Me estaba viendo en todo su esplendor.
Me cubrió el cuerpo con una toalla y me puso otra sobre la cabeza, restregándola. Mantuve la mano sana sujetando l