No me dolía el hecho de que mi propia madre quisiera matarme, pero si me provocaba rabia. Tampoco me importaba que secuestrara un banco. Después de todo, hace mucho que dejé de considerarla madre, lo único que me molestaba, era que se creyera con el derecho de reclamarme algo, que podía exigir el dinero de Derek como si le correspondiera.
―¡Despreciable mujer! ¡Eres una maldita! ―Le escupí, acertando en su hombro. Derek tomó mi muñeca y me colocó detrás de él cuando comencé a avanzar hacia la mujer que me engendró.La rabia se reflejaba en los ojos de la mujer que me dio a luz, pero no sé atrevió a hacer nada ya que no podía herir a Derek, el cual se había puesto como escudo frente a mí. ―Supongo que mi madre y su padre son los que están montando guardia arriba ―habló con fuerza, el rencor y la amenaza teñían su voz. Rodolf asintió. ―Estoy impresionado ―admitió mi esposo―. Me preguntaba quienes eran