Las palabras me salieron tan casuales, que recibí la atención de ambas partes. Temí haber dicho algo equivocado o haber sonado demasiado prepotente, pero no era culpa mía, es que me estaba juntando mucho con Derek.
Carraspee y me concentré en mi plato vacío, fingiendo que las miradas no me incomodaban. Me mordí el labio, jugando con el tenedor.
Una risa franca se escapó de la garganta del señor Horacio. Dio unos golpecitos a la mesa, demostrando su entusiasmo. Miré a Derek, que se mantuvo serio. Al verme, me guiñó el ojo.
Me sonrojé, porque él jamás me había guiñado un ojo. Le tenía que pedir que lo hiciera más seguido.
―Eso es algo que diría una verdadera Fisher ―expresó el abuelo, señalando en mi dirección con su dedo tembloroso―. Tienes razón, hija. Somos Fisher, podemos hacer la celebra