Había un grupo de violinista tocando en un rincón del comedor. La mesa era gigantesca y larga. No estaba bromeando, acá cabían como veinte personas. Horacio estaba sentado a la cabeza y nosotros a los lados. Los empleados traían los platillos y según dijo el patriarca, es una cena de doce tiempos. ¡Doce! Ni siquiera sabía que esa cantidad de platillos era apropiado. Sin contar que cada plato consistía en un solo bocadillo con nombres raros y combinaciones aún más raras.
Este procedimiento me daba aún más hambre de la que ya tenía. Probar un bocado, charlar y esperar el siguiente plato. Los ricos si que sabían cómo impartir tortura gastronómica.
Ni siquiera dejaron pan para comer entre comidas.
El sexto platillo fue presentado como huevos de codorniz en salsa de champiñones y berenjena.
Me metí a la boca el único huevo